Espacios. Espacios. Vol. 30 (1) 2009. Pág. 20
Renato Dagnino
Pero antes de eso, y pasando a mi cuarto punto, voy a referirme a un libro - La base de la pirámide – bien conocido de los que conocen la literatura sobre RSE. Y lo hago porque él expone una de las formas más interesantes de relación entre RSE y tecnología que encontré en esa literatura.
El autor inicia su libro declarando su interes en discutir si las nuevas tecnologías informáticas y telemáticas pueden ser un vehículo para mejorar la vida de los pobres e introduce el tema enunciando una conocida preocupación de los “corazones rojos” de los países avanzados. Él pregunta:
¿qué hacen las empresas de los países ricos para los países pobres del mundo?
Antes de seguir con su párrafo introductorio explorando lo que me interesa en el contexto de este trabajo, cabe resaltar la ingenuidad de la pregunta. Es interesante ver cómo los países avanzados tienden a creer que el tercer mundo -los pobres del mundo, los países periféricos o subdesarrollados- son un todo monolítico, como si no existiera un tremendo grado de desigualdad entre ellos. En la práctica, los países desarrollados tienden a creer que los países del tercer mundo son pobres. No somos pobres, en realidad estamos mal divididos como bien lo sabemos: América Latina es la región más desigual del mundo. Aquí hay países que no han sido campeones solamente en futbol y sino también en distribución regresiva del ingreso.
El autor se preocupa además, específicamente, por la tecnología de los países desarrollados:
¿por qué con toda nuestra tecnología y capacidad de inversión somos tan incapaces de resolver los problemas de la creciente pobreza y alienación globales?
¿por qué no logramos crear un capitalismo de inclusión?
El libro no contesta las preguntas, pero es una guía adecuada para seguir averiguando por qué la Tecnología Convencional no resuelve los problemas de miseria, hambre y exclusión.
Ahora bien, he escrito arriba que la posición más coherente para ubicar el concepto de RSE, desde que se acepte la visión apologética, está claro, es la que asume el libro La Base de la Pirámide. De hecho, su propuesta de transformar los problemas sociales y ambientales en oportunidades de negocio para las empresas y explorar el modo operativo empresarial es totalmente compatible con la visión de que las empresas privadas pueden, actuando como tales (esto es generando sus ganancias), resolver aquellos problemas. No es casual que esa idea esté ganando peso en el establisment internacional y también en el escenario de nuestros países latinoamericanos. Nuestra línea de investigación será aceptar la propuesta como bien intencionada (y no como un refrigerio para aquellos que no se disponen a cambiar las estructuras económicas y sociales) y plantear la interrogante que da título a la próxima sección.
La pregunta título de esta sección puede ser entendida como un interrogante acerca de la posibilidad de que las empresas interesadas en hacerse social y ambientalmente responsables puedan lograrlo utilizando la Tecnología Convencional, tal como propone La Base de la Pirámide. O si esa tecnología no es en realidad incompatible con esa propuesta.
¿Pueden las empresas, a partir de la Tecnología Convencional, resolver los problemas ambientales y sociales transformándolos en oportunidades de negocio? ¿O la Tecnología Convencional tiende a funcionar como un freno a esa intención? ¿Y si es así, lo que se ha dado llamar Tecnología Social podría ser un coadyuvante para solucionar el problema?
Mi intento de contestar a esas interrogantes alude a la necesidad de buscar soluciones de compromiso coherentes con la visión pragmática que presenté, que permitan encaminar el problema de forma productiva. Lo cual, para mi no puede dejar de implicar la inclusión de la Tecnología Social en la agenda de la RSE.
Parto del argumento de que la Tecnología Convencional es una de las causas más importantes de la exclusión social. En otras palabras, la búsqueda de las ganancias de una empresa con el uso de la Tecnología Convencional tiende a generar exclusión social.
Me sumo a los que aceptan la idea que la RSE supone descartar el empreendedorismo y la competitividad como valores extremados de la acción empresarial, y lograr un cambio hacia una solución de compromiso que contemple, hasta los límites que puede permitir el capitalismo, la cooperación y la solidaridad. Pero destaco que aunque se logre transitar en esa dirección, si la empresa sigue utilizando la Tecnología Convencional, es muy poco probable que sea capaz de generar inclusión social.
Como en el caso de la RSE, existe también en el caso de la tecnología una considerable polisemia. Además de la diferenciación que ya se presentó entre la Tecnología Convencional y la Tecnología Social, trataré de seguir desde una perspectiva de clasificación que es particularmente útil para profundizar en el tema.
Para eso, voy a proponer un marco de referencia analítico y conceptual articulado en un sistema de dos ejes (ver gráfica). En el eje vertical, se ubica la neutralidad de la tecnología. Arriba de él, están los que consideran la tecnología neutral y abajo, los que no lo consideran así. A la izquierda están los que consideran la tecnología autónoma, como gobernándose a sí misma, y a la derecha los que asumen que puede ser controlada socialmente.
Explicaré en seguida estas cuatro concepciones. La primera es la visión Instrumental, heredera de la concepción iluminista del siglo XVI y del positivismo, y está basada en una fe liberal, optimista en el progreso. La tecnología sería conocimiento “bueno” en sí mismo, porque está basado en la ciencia. Y eficiente, porque la hacen los tecnólogos.
La tecnología sería la hija de un hombre infinitamente curioso y de una naturaleza infinitamente bella y perfecta. Ella nace de esa unión y hereda la curiosidad del padre y la belleza y perfección de la madre. El hombre, al poseer esos secretos de la naturaleza, sería también cada vez más perfecto y verdadero. Noten que ese mito positivista nos dice que la sociedad debe ser gobernada por la ciencia y la técnica, y no por la política; lo que bien sabemos los que padecemos con los gobiernos autoritarios tecnocráticos no es una buena idea.
La idea de que la ciencia y la tecnología no tienen valores (morales, sociales, culturales, étnicos, de género) e intereses (económicos, políticos) está muy arraigada en nuestra cultura y, especialmente y no por acaso, en nuestra comunidad de investigación. Si es así, no atañe a ella (los que desarrollan tecnología en empresas y universidades) preocuparse por cuestiones éticas. Con frecuencia, los colegas en los institutos de investigación dicen: “yo no sé para qué sirve lo que hago, eso lo va a decir la sociedad, porque ella es la que decidirá si ese conocimiento será usado para bien o para mal”.
Como si aquellos que producen conocimiento (que están en las universidades o que pasaron por ellas), antes de entrar en su laboratorio se quitaran su saco y con él los valores e intereses, y lo colgaran en una percha para entrar “neutrales” en el “espacio de la verdad y de la eficiencia”. A esto, que llamo “el mito del guardapolvo blanco” es lamentablemente la visión moderna mayoritaria.
Para caricaturizar aún más esa visión llamo al capitán Garfio. Él siempre ha simbolizado el mal en el imaginario de los dibujos animados. Y también Campanita que, con su polvito de ética, hace que la espada del capitán se transforme en una rosa. Eso es tan inverosímil como la idea de que sería la sociedad, por medio de la ética, quien podría cuidar que la ciencia y la tecnología producidas empresas con finalidad de aumentar sus ganancias fueran utilizadas para “el bien”.
Si fuera así, los de corazón rojo quedaríamos tranquilos, porque con esa misma tecnología se podría conducir la sociedad hacia la resolución de sus problemas sociales, ambientales y de inequidad, entre otros.
Para tener una dimensión del problema, vale destacar que actualmente, de los gastos hechos en investigación en el mundo, el 70% es gasto empresarial y sólo el 30% es gasto público (lo cual está orientado también para objetivos de generación de ganancia empresarial o para fines geopolíticos). De ese 70%, un 70% es gasto de las empresas trasnacionales. O sea, la mitad de lo que se gasta hoy en el mundo para producir conocimiento científico y tecnológico, es gasto de las trasnacionales.
Por lo tanto, creer que Campanita puede transformar la espada del capitán Garfio (la Tecnología Convencional) en una rosa (una tecnología para la inclusión social) es poco realista. ¿Sería la ética o la RSE, suficiente para construir la sociedad justa, equitativa y sustentable que deseamos, mientras la tecnología que se produce sirve a propósitos de más ganancia y mayor exclusión? Entonces, a pesar de contar con más cooperación y menos emprendedorismo, y con más solidaridad y menos competitividad, si se continúa haciendo uso de la Tecnología Convencional es poco factible que se logre la inclusión social.
Hay otras maneras de entender la tecnología. La visión Determinista también cree que la ciencia es neutral y que no es “contaminada” por valores o intereses. El Determinismo, como el Instrumentalismo, cree en “el mito del tapapolvo blanco”. La visión determinista es adoptada por gran parte izquierda porque es heredera de la visión marxista ortodoxa, que hizo una lectura equivocada de la obra de Marx. Este enfoque dice que, en la jerga marxista, las fuerzas productivas -la ciencia y la tecnología- empujan inexorablemente a la sociedad a modos de producción más perfectos. Esa sucesión de órdenes sociales -esclavismo, feudalismo, capitalismo, socialismo y comunismo – tendría como palanca fundamental el progreso científico y tecnológico.
Según esa visión marxista ortodoxa, la ciencia y la tecnología que hoy son “usadas por el capital” y oprimen a la clase trabajadora, mañana la liberarán y permitirán la transición hacia el socialismo. La clave sería la apropiación de esa tecnología, que si es neutral sirve para cualquier proyecto político y si es autónoma, significa que la de hoy es mejor que la de ayer.
La Historia ha mostrado que la cosa no funciona así. Una de las razones fundamentales del fracaso de la experiencia de socialismo real fue la degeneración burocrática, cuya raíz fue la creación de un grupo que sustituyera los empresarios para hacer posible el uso de la tecnología capitalista traída a la URSS con la Nueva Política Económica. Esa tecnología -segmentada, heterogestionaria, alienante- solo podría funcionar con el autoritarismo y el control de la fábrica capitalista. Ella no era adecuada a la construcción del socialismo.
De nuevo para caricaturizar esa visión voy a llamar, además del capitán Garfio y Campanita, a otro personaje que para ella simboliza el “bien”: Peter Pan. En esa analogía él sería el socialismo. El polvito no es la ética. Seria el cambio social que haría con que la espada pasara a manos de Peter Pan. Él usaría la espada (la tecnología neutral), ya no para el “mal”, para la explotación, sino para el bien: la construcción del socialismo.
Eso es paradójico porque la visión marxista es muy crítica acerca de los efectos de la tecnología en el capitalismo. Ella afirma que eso que llamamos tecnología nada más es conocimiento nuevo (o innovación) “utilizado” para aumentar la plusvalía; que la tecnología, permitiendo la reducción del “tiempo de trabajo socialmente necesario”, deja más tiempo libre para ser apropiado por el dueño de los medios de producción. Pero aunque la visión marxista sea muy crítica frente a las relaciones trabajo-capital y a la intermediación de la tecnología, su aceptación del Determinismo no le permite formular un razonamiento más incisivo y teóricamente valedero sobre el tema.
La visión Sustantivista es también marxista, pero critica a la visión ortodoxa y el socialismo real. Es una perspectiva que surge en los años 60 y 70, en la cual filósofos y científicos sociales de la escuela de Frankfurt, señalan que la tecnología no es neutral. Ésta visión se sitúa bajo la línea horizontal: dice que la tecnología está tan impregnada de los valores capitalistas, que no puede ser útil a otro proyecto político distinto a ese. Afirma también que la tecnología capitalista (ahora, por no ser considerada neutral, ella tiene este “apellido”) boicoteará la construcción de una sociedad más equitativa, más justa y ambientalmente sustentable. Eso porque, como sigue un camino lineal e inexorable (por eso está junto con el Determinismo en el lado izquierdo del diagrama) no puede ser rediseñada.
Ella niega la idea de que la tecnología es una espada. No se cree posible derrotar al capitán Garfio con la espada en manos de Peter Pan. Caricaturizando, la tecnología seria una escoba de bruja, pues en los dibujos animados las escobas sólo se dejaban volar por “su” bruja, y la bruja buena (el socialismo) no pueda volar con la escoba de la bruja mala (el capitalismo).
Y en este orden de ideas, como la tecnología capitalista no permitiría la supervivencia de otros valores que no los del capitalismo, sería necesario destruirla y empezar de nuevo.
La última concepción es la que hemos llamado de Adecuación Sociotécnica. Ella que no acepta la idea de neutralidad, pero tampoco la idea determinista de la autonomía tecnológica y científica. No acepta que la ciencia esté en búsqueda de la verdad. Concuerda con sociólogos de la ciencia europeos que desde los años setenta argumentan consistentemente que ella no es más que el producto de una negociación entre actores sociales; un arreglo entre las autoridades científicas y las redes de toma de decisión que involucran a otros actores de la sociedad como el gobierno, los militares y los movimientos sociales que determina lo que es, en su momento, verdad.
Y con los sociólogos de la tecnología que, estudiando con su enfoque de la construcción social, artefactos como la bicicleta, la lámpara, la refrigeradora, mostraran que el diseño que finalmente se impone luego de un largo proceso de negociación (flexibilidad interpretativa) es aquél que los grupos sociales dominantes consideran más conveniente para sus intereses y valores. Recomiendo el estudio sobre la bicicleta que muestra como las mujeres, que en otra época usaban faldas muy largas y les disgustaba la bicicleta que tenía una rueda muy grande al frente, vencieron a los atletas que la usaban para mostrar su fuerza en las competencias y creían que la mejor bicicleta posible era justamente aquella, por su elevado poder de arranque.
Esta visión avanza para entender que la construcción del conocimiento científico y tecnológico es un proceso social en el sentido político del término; que abarca valores de género, etnia, intereses económicos y geopolíticos, mayor o menor preocupación con el medio ambiente, etc. Ella se coloca afuera del terreno escéptico y mítico del “tapapolvo blanco”.
De hecho, resalta que es posible notar que en nuestras universidades lo se enseña e investiga es ciencia y Tecnología Convencionales. En consecuencia si, por ejemplo, se a un ingeniero se le pide que diseñe una tecnología que no demande grande inversión ni mano de obra con gran educación formal, no cause desempleo, no tenga impacto negativo en el medio ambiente, no condene a un trabajador a hacer lo mismo durante 30 años, no sea controladora, no sea jerarquizada, y promueva la solidaridad y la autogestión, de ser un tipo honesto diría: “no sé hacerlo”, no me han enseñado.
Lo que quiero enfatizar es que no sabemos como producir Tecnología Social, y que la Adecuación Sociotécnica es un camino para aprenderlo y para hacerlo. Ella propone una deconstrucción de la Tecnología Convencional, y de reconstrucción para alcanzar la Tecnología Social. Una tecnología capaz de enfrentar el desafío de la inclusión social.
¿Cómo funcionaría eso? Empezaría por la introducción de nuevos valores e intereses coherentes con la inclusión social y con la sociedad que se quiere construir: más equitativa, justa y sustentable. Y además, con la agregación de otros valores en las instituciones, universidades y empresas que permitirían una construcción sociotécnica con características distintivas.
La propuesta asociada a la visión de la Adecuación Sociotécnica, al contrario del Substantivismo, no es “tirar el bebe con el agua del baño” sino que rediseñar la Tecnología Convencional adecuándola a los valores e intereses de la inclusión social. Y, en el caso que estamos tratando, de la RSE.
La Adecuación Sociotécnica acepta con resignación la ambivalencia potencial que la Tecnología Convencional trae en si misma. No es pesimista, explora grados de libertad que pueden explicitar si se internaliza valores alternativos a priori (sin compartir la quimera de la ética aplicada a posteriori en el contexto social más amplio) en los ambientes e instituciones en donde ocurre la producción de la ciencia y la tecnología. Claro que está consciente de que eso exige conocimientos y formas de trabajo y es mucho más difícil que hacer Tecnología Convencional.