Paradigms and migratory vectors in XXI century
Ivan De La Vega
La globalización, principalmente de la economía, se puede definir como el proceso mediante el cual los mercados y la producción de diferentes países están volviéndose cada vez más interdependientes debido a la dinámica del intercambio de bienes y servicios y a los flujos de capital y tecnología. No se trata de un fenómeno nuevo, sino de la continuación de desarrollos que habían estado funcionando durante un tiempo considerable (Comisión Europea, 1997). Si bien, esta puede ser una visión que proporciona sólo el estado final de múltiples procesos que se interconectan en diferentes niveles, sirve para aclarar el funcionamiento actual de las relaciones en el mundo y para discutir las diferencias existentes entre los países periféricos y los centrales, dentro de las cuales, se encuentra la migración de patrimonio intelectual de los primeros a los segundos, elemento que merma la capacidad de respuesta de estos países, debido a la necesidad de contar con un mayor número de personas calificadas que permita enfrentar los constantes avances científico-tecnológicos y de innovación que son, en definitiva, los que dan pie para insertarse en el mundo globalizado. Otra definición del término globalización se refiere a “los procesos en virtud de los cuales los Estados nacionales soberanos se entremezclan e imbrican mediante actores trasnacionales y sus respectivas probabilidades de poder, orientaciones, identidades y entramados varios” (Beck, 1998: 29). En un sentido estricto, la globalización sería una etapa determinada del sistema capitalista. Comienza en la década de los ochenta con la confluencia de tres hechos que tienen una carga simbólica muy fuerte: el triunfo de gobiernos neoliberales en potencias como EUA y Gran Bretaña (Reagan y Thatcher), la crisis de la deuda externa en el Tercer Mundo (1982) y la caída del muro de Berlín (1989) (Marí Sáez, 2002).
Uno de los cambios fundamentales que ha introducido la globalización sería el carácter de la transformación de la economía internacional y las consecuencias socioeconómicas, políticas y culturales del fenómeno (Thomson, 1999). Esto se debe al proceso acelerado y continuo de la economía que está afectando a algunas regiones, países, estados y localidades, generando desequilibrios y desajustes profundos que están propiciando desde hace varias décadas flujos migratorios de patrimonio intelectual hacia los centros.
En los últimos años la globalización de la economía y la aceleración del proceso de urbanización han incrementado la pluralidad étnica y cultural de las ciudades, a través de procesos de migraciones, nacionales e internacionales, que conducen a la interpenetración de poblaciones y formas de vidas dispares en el espacio de las principales áreas metropolitanas del mundo. Lo global se localiza, de forma socialmente segmentada y espacialmente segregada, mediante los desplazamientos humanos provocados por la destrucción de viejas formas productivas y la creación de nuevos centros de actividad. La diferenciación territorial de los dos procesos, el de creación y destrucción, incrementa el desarrollo desigual entre regiones y entre países, e introduce una diversidad creciente en la estructura rural y urbana (Borja y Castells, 1997).
Dentro de las críticas más fuertes a este proceso de globalización se encuentra la discusión sobre su definición y la forma como ha sido puesta en práctica, debido al “llamado monopolio” de un número reducido de actores influyentes, que tienen un alcance, poder y ambiciones mundiales. “El marco y modelo conceptuales generales de la globalización ha surgido a partir de las ideas, los intereses y el programa de esos actores, y se inspiran en premisas ideológicas neoliberales. En la práctica, este marco se ha introducido clandestinamente en una comunidad internacional desinformada o muy receptiva. En parte, esto se ha llevado a cabo con los mismos mecanismos y tecnologías que posibilitan la globalización, entre ellos la disponibilidad cada vez mayor de sistemas y tecnologías modernos de comunicación y tratamiento de datos, la transposición a escala global de métodos modernos comunes en ámbitos como las campañas políticas nacionales, la mercadotecnia, la publicidad y, cada vez más, la guerra de la información y los servicios de espionaje” (Branislav, 2000). Posición que se podría relacionar con el planteamiento de Noam Chomsky cuando habla del modelo propagandístico utilizado en los EUA sobre el tema político y los medios de comunicación, al indicar que en una democracia hay tres tipos de ciudadanos. Por un lado “se encuentran las <clases especializadas>, un grupo reducido de ciudadanos que estaría formado por todos aquellos que juegan un papel activo y con capacidad de decisión en las cuestiones públicas. Otro grupo en el que se incluye la mayoría de la población que Chomsky denomina él <rebaño desconcertado>. Espectadores pasivos de todo aquello que piensan las clases especializadas. El tercer grupo que existe son <los amos de la sociedad>, esa elite reducida de ciudadanos que tiene el poder económico y político, a cuyo servicio están las clases especializadas” (Marí Sáez, 2002: 119).
En la actualidad diversos autores consideran que la movilidad internacional es un componente clave del proceso de globalización (Dominique y Cervantes 2001). Pero la pregunta que surge es: ¿clave para quién?. Existe la atracción que ejercen los países centrales para captar sólo aquellas personas con capacidades y que le son útiles. Ese proceso de movilidad y migración constante amplifica la brecha con las periferias, debido a que debilita aún más a esos países que, en el caso de los científicos y tecnólogos, adquiere valor estratégico en el “mercado global”. Aquí es donde funcionan las ofertas de las multinacionales, empresas casa talentos, universidades, laboratorios, centros de I+D, tanto públicas como privadas, que ofrecen oportunidades para radicarse en mejores condiciones, debido a que estos cuentan con políticas y capacidad para albergar a este tipo de personal.
Otro elemento que se agrega a la discusión es el tema de la cooperación científica internacional, debido a que “se ha constatado que en las últimas décadas las naciones receptoras subdesarrolladas se vuelven excesivamente dependientes de las fuentes de aprovisionamiento de conocimiento extranjero, y esta dependencia puede secar la iniciativa local y minar los esfuerzos para buscar patrones propios de desarrollo más adecuados a las condiciones locales” (Juma, 1989, en Vessuri, 1998). Este problema de la dependencia intelectual agudiza las brechas entre los países centrales y los periféricos y esto se puede apreciar en el informe del Banco Mundial del año 1998 donde se señala que: los 29 países que concentran el 80% de la riqueza mundial deben su bienestar en un 67% a su patrimonio intelectual (educación, I+D en C y T, sistemas de información y su sistema nacional de innovación), en un 17% a su capital natural (materias primas) y en un 16% a su capital productivo (maquinaria, infraestructura), es decir, lo que hoy en día se ha llamado la desmaterialización del proceso productivo. El mismo informe indica con claridad que las sociedades actuales dependen crecientemente de lo que logran hacer para preparar a su gente (Avalos, 1999). Ahora bien, se debe mencionar que en los propios países centrales existen brechas entre su población. La proporción del ingreso mundial de la quinta parte más pobre de la población mundial ha disminuido del 2,3% al 1,4%, mientras que la proporción de la quinta parte más rica ha aumentado del 70 al 85%. Al mismo tiempo, en 1997, la riqueza combinada de las 350 personas más ricas del mundo era superior al ingreso anual del 45% de la humanidad (Valaskakis, 1999).
Cuando hablamos de la migración de científicos y tecnólogos de los países periféricos a los centrales podemos señalar que la discusión sobre el tema no es equivalente entre las partes sino que está marcadamente sesgada, debido a que los problemas son de orden diferente y el análisis normalmente se realiza según la visión parcializada de cada país (Vessuri, 1998). Este punto es vital para comprender la configuración del mundo actual. Un alto porcentaje de los individuos que habitan la tierra están excluidos de los llamados procesos de globalización de la economía, pero los discursos provenientes de los portavoces de las naciones centrales, así como de los organismos multilaterales sostienen que existen posibilidades de ayudas y mejorías en corto tiempo, lo cual evidencia una retórica poco creíble demostrada con los propios indicadores de varios de esos organismos.
En consecuencia, la movilidad y la migración internacional forman parte de la globalización, al ampliar, profundizar y acelerar la interconexión mundial en todos los aspectos de la vida social contemporánea. Esto se aprecia en el crecimiento sistemático de los mercados transfronterizos en renglones como las finanzas, el comercio, las ideas, la contaminación, los productos mediáticos y las personas (Castles, 2000). La organización de estas redes se fundamenta principalmente en las tecnologías de información y comunicación (TIC) y su estructura tiene múltiples formas que van desde las pequeñas y medianas empresas (PyMES) hasta las multinacionales, desde los mercados locales y regionales hasta los mundiales en los cuales participan organizaciones gubernamentales y no gubernamentales.
En la actualidad, los países que poseen el poder económico y político acogen de buen grado los flujos de capital, mercancías y personal altamente calificado; en cambio, la migración masiva y la diferencia cultural se perciben como amenazas potenciales a la soberanía e identidad nacionales, y muchos gobiernos y movimientos políticos tratan de restringirla siempre que no sea del personal que necesiten para llenar un vacío en un área determinada (Castles, 2000).
El papel de la ciencia en el marco de la globalización esta caracterizado por la presencia de consorcios de investigación, redes altamente especializadas, alianzas estratégicas que incluyen al sector académico y privado, y asociaciones circunstanciales (joint-ventures) que involucran muy diversos tipos de agentes (Forero-Pineda y Jaramillo, 2002). Este proceso es importante para la evolución del conocimiento pero normalmente perjudica a los países que se encuentran en la periferia, debido a que cada vez más intervienen las reglas del mercado global el cual es manejado, en su gran mayoría, por los consorcios mundiales cuyo capital normalmente proviene de los países centrales. Esto en sí mismo no debiera ser sinónimo de perjuicio para los científicos y tecnólogos de los países periféricos, pero en la realidad existen procesos de desarrollo tecnocientíficos y de innovación con grandes inversiones que no pueden ser seguidos por empresas de menor capacidad financiera.
Algunos autores señalan la importancia actual de la dimensión regional y cómo ella favorece o perjudica a los países que han o no formado bloques económicos. A estas diferencias se le superpone la interdependencia de las economías, en particular su inserción en conjuntos regionales y la necesidad resultante de adoptar las políticas en el plano adecuado. Todo esto impone una cooperación a escala de las grandes zonas de intercambio (Tapinos, 2000). Por ello, utilizamos el término glocalización que se introdujo para referirse al doble carácter de la globalización, es decir, el hecho de vivir en un mundo global supone aumentar -no disminuir- la identidad de cada territorio. La globalidad se construye a partir de la base común universal transformada por las particularidades locales (Humbert, 1995). Se puede inferir de esta forma, que una de las posibilidades que tienen los países periféricos es utilizar sus capacidades locales en función de aprovechar las ventanas de oportunidad que se abren en el marco de lo global, pero esto se vincula con la existencia de un patrimonio intelectual local que interprete correctamente las señales del mercado y cuente además con las condiciones mínimas necesarias para producir de forma competitiva, lo cual se traduce en que debe existir capacidad para entender este asunto, además del necesario aprendizaje y capacitación constante que se necesita para ser interlocutor válido de este proceso continuo de acumulación de conocimiento. Entonces, la dependencia intelectual es un factor debilitante que debe superar la periferia, así como prevenir la emigración de los más capacitados cuando se puedan ofrecer condiciones de aprovechamiento de sus capacidades en sus países de origen.
En la literatura reciente sobre el comercio internacional se indica que las empresas se dirigen cada vez más hacia estrategias de presencia global, debido a ese fenómeno debería existir un equilibrio entre cosechar algunas de las ventajas de escala de los mercados globales cada vez más asociadas con los intangibles, a la vez que explota la diversidad, a menudo determinada geográficamente por los consumidores y los factores de producción. La descentralización de las unidades de producción de las empresas junto con la diversificación de las que son subcontratadas, les permite aprovechar plenamente las ventajas de esta diversidad. Esto explica la tendencia aparentemente contradictoria de la glocalización basada en la presencia física bajo la cual, a veces, aparecen condiciones de producción más bien “autárquicas” en los diversos grandes bloques comerciales (UE, NAFTA, ASEAN, China) con productos “locales” a menudo altamente diferenciados (Petit y Soete, 1999).
Con respecto al punto anterior surge un aspecto importante que está centrado en la inserción de una empresa multinacional en la periferia. Para que esto suceda, deben existir capacidades locales de diversa índole. La elección del lugar dependerá a menudo de la disponibilidad de habilidades locales, de la infraestructura, el acceso a los conocimientos, interacción con científicos y tecnólogos y centros de I+D, además de la posibilidad de desarrollar las capacidades intelectuales locales en conjunto con las instituciones de educación nacional en el mediano y largo plazo. Un ejemplo en América Latina, es el caso de Procter & Gamble que después de estudiar las características arriba mencionadas, decidió instalar un gran centro de I+D en Venezuela para controlar el mercado de la región en cuanto a desarrollo de productos, a pesar de tener otras unidades más pequeñas en otros países de la región.
El paradigma tecno-económico implica una transformación del patrón tecnológico y organizativo previamente existente en una sociedad, más aún, envuelve un cambio de sentido común, una metamorfosis en lo que respecta a las prácticas más eficientes tanto en la producción como en las demás actividades sociales. El origen de ese cambio de paradigma es una revolución tecnológica que resulta de la fusión e integración de dos grandes vertientes de cambio: la informática iniciada en los EUA en los años 1970 y la revolución organizativa desarrollada en Japón en los años 1980.
En este proceso de transición mundial la producción de conocimiento se sustenta en mayor proporción en el patrimonio intelectual que en las materias primas, el capital y el trabajo. Los nuevos modos de organizar la generación y difusión de conocimientos tecnocientíficos han cambiado los mapas mentales de las sociedades donde se ha implantado esta forma de concebir el desarrollo (Pérez, 2000). No obstante, y a pesar de que este paradigma tiene años gestándose, los estadios de bienestar de cada país y región son disímiles. En este caso, señalamos que sólo aproximadamente el 30% de la población mundial se encuentra en capacidad de dar respuesta adecuada a los cambios vertiginosos que se están dando. O desde otra perspectiva, un alto porcentaje de la población mundial no cuenta con los conocimientos mínimos requeridos para que en su entorno inmediato logren insertar a su localidad, región, nación o grupo de naciones, en la atmósfera tecnocientífica “global”. Esto genera grandes distorsiones en la forma como se abordan los problemas que aquejan a la humanidad actualmente. Esas diferencias entre países y regiones deben acometerse desde una perspectiva integradora que ponga en funcionamiento políticas dirigidas a mejorar progresivamente la inequidad actual. Para ello se deben definir no sólo los criterios, sino determinar el modo de plasmarlos en la práctica, tal vez, con el cambio en el sentido común que la investigadora Carlota Pérez menciona en su análisis con el término de paradigma tecno-económico. La adaptación de los países periféricos a ese cambio de paradigma requiere de un marco social, institucional y político capaz de aprovecharlo, y esto demanda de las sociedades una capacidad mínima de organización para asimilar lo que en su momento se denominó el uso de la ventana de oportunidad que ofrece el conocimiento como herramienta para entender cómo un grupo social interpreta el cambio gradual y profundo que se debe realizar en las organizaciones, en las personas, en los comportamientos y en la forma de hacer políticas públicas (Pérez, 1990). Un elemento central a discutir con respecto a esta concepción, es la forma cómo se debe emprender este proceso en los países periféricos para “insertarse” en el “tren” del desarrollo. Además del cambio en el sentido común, y entendiendo que el paradigma indica que toda la población debe incorporarse a los procesos de innovación en sus diferentes niveles y que esa evolución puede llevar años, incluso décadas, debemos centrar el asunto en lo que denominaremos el primer estadio de desarrollo, como elemento necesario para acceder al progreso. Esto pasa, entonces, por el hecho de que esas sociedades cuenten con interlocutores válidos que puedan comprender, asimilar, adaptar, impulsar y liderar los cambios que son necesarios emprender para lograr esa transferencia de conocimiento, además de generar sus propias innovaciones, y esto debe ser entendido como una transformación que viene acompañada de procesos muy complejos.
Cuando revisamos los “Sistemas Nacionales de Innovación” de los países periféricos, en este caso hablamos de Latinoamérica y en especial de Venezuela, encontramos grandes deficiencias en su funcionamiento. Uno de ellas, es el escaso número de científicos y tecnólogos con el que cuenta la región, debido a que son actores fundamentales en la lectura de los cambios que se deben implementar en esas sociedades. Al revisar el proceso migratorio de ese personal hacia los países centrales en las últimas cinco décadas, nos damos cuenta de la existencia de una merma intelectual constante, lo cual explica, en parte, la brecha existente entre centros y periferias. El objetivo de que la región latinoamericana cuente con una economía competitiva y por esa vía genere la riqueza que garantice una mejora continua de sus sociedades en los próximos años, se ve debilitada por la falta de interlocución especializada. Un ejemplo positivo y esclarecedor es el caso de Corea del Sur. En esa nación se implantó el paradigma tecno-económico en la segunda parte del siglo XX con políticas públicas de mediano y largo plazo. Según Linsu Kim “los cuatro mecanismos más importantes de creación de conocimiento en el estadio de imitación por duplicación, fueron la educación, la transferencia de tecnología extranjera, la creación deliberada de chaebols (grandes grupos industriales familiares) y la movilidad de personal técnico experimentado. El primero de ellos, la educación dirigida al desarrollo del patrimonio intelectual, constituyó uno de los esfuerzos más notables de la nación en aras de la industrialización. Hubo otros países en desarrollo que lograron, al igual que la república de Corea, un rápido crecimiento de la tasa de educación primaria, pero éste ha sido el único país que ha logrado una expansión equilibrada en todos los niveles de la educación lo suficientemente pronto como para sustentar su desarrollo” (Kim, 2001). Tal vez sea un caso único e irrepetible, dado los vectores tecnocientíficos actuales que necesitan cada día de mayor velocidad de adaptación a los cambios.
En el análisis de la movilidad y la emigración de personal altamente calificado, el caso coreano es un modelo a destacar. En las décadas del sesenta y setenta en ese país se aplicaron políticas liberales debido a la situación de desventaja tecnocientífica que tenían con sus referentes (el más cercano que era Japón y el otro fue los EUA), permitiendo que sus científicos e ingenieros emigraran hacia esos referentes con la finalidad de que adquirieran conocimiento en sus áreas para después establecer políticas de retorno que tenían como base la posibilidad de ofrecerles condiciones adecuadas para utilizar el aprendizaje tecnocientífico adquirido en los estadios subsiguientes (Kim, 2001). Si bien, las condiciones de ese contexto internacional eran favorables y probablemente irrepetibles para que se dieran esos avances, también es verdad que se requiere de condiciones socioeconómicas, políticas y sobre todo culturales para que un proyecto nacional y regional de desarrollo integral tenga éxito, sobre todo al ser consciente de lo que se reconstruye expost. En América Latina esas condiciones no se han dado por múltiples razones que ya hemos expuesto en el capítulo III de esta investigación, no se han intentado desarrollar esfuerzos locales, nacionales y regionales con políticas de Estado a mediano y largo plazo para ir resolviendo los problemas fundamentales de estos países periféricos y, los actores de esas sociedades deben comprender que el patrimonio intelectual con el que cuentan actualmente, tanto dentro como fuera de sus países, es el motor fundamental para comenzar el cambio cultural que se debe emprender.
Un ejemplo que muestra este planteamiento es el de la República de Corea, que entre 1970 y 1987 multiplicó por seis el número de científicos e ingenieros. En sus empresas se instalaron 454 laboratorios de I+D, se quintuplicaron los científicos en el sector público y se multiplicaron por veintiséis los del sector privado y la inversión en I+D se sextuplicó, llegando a superar el 2% (Pérez, 2000). Un contra ejemplo, se encuentra en el caso de la India, que ha sido uno de los países con mayor emigración en el mundo de científicos y tecnólogos en las últimas décadas, fundamentalmente hacia los EUA, sin haber logrado crear capacidades locales para intentar repatriarlos (Johnson, 2002).
En este proceso de transición mundial los países en desarrollo con capacidad de entender los cambios tecnocientíficos y contar con cierta capacidad de respuesta a ellos, pueden adaptarse mejor social e institucionalmente que los líderes ya establecidos. Pero aquellos países que carecen de las capacidades mínimas necesarias para la educación, investigación y desarrollo y diseño, pueden tener desventajas más serias aún en la competencia internacional. Las economías externas son decisivas para el éxito de las empresas en la competencia (Freeman, 1987). Por ello, el patrimonio intelectual de cada nación es vital en este proceso.
En este modelo se atribuye el conflicto tecnológico mundial a las olas tecnocientíficas de las últimas dos décadas, a los problemas de adaptación de los seres humanos a las nuevas tecnologías cuando éstas cambian radicalmente el funcionamiento y el orden establecido, y no existe en la sociedad capacidad para comprender y adaptarse a la misma velocidad. Un ejemplo de ello son las TIC que demostraron su potencial para lograr un crecimiento extraordinariamente rápido hacia la productividad en aquellos países y sectores que pudieron dar ese salto, “pero los problemas de la adaptación social e institucional a la revolución tecnológica de las computadoras y de la información tiene que ver con los cambios organizacionales que se requieren hacer en el sistema de educación y entrenamiento, en los sistema de relaciones industriales, en las estructuras gerenciales corporativas, en los estilos gerenciales predominantes, en los mercados de capitales y sistemas financieros, en el patrón de inversiones públicas, privadas y mixtas, en los servicios de bienestar social y distribución de ingresos, en el marco legal y político tanto a nivel regional como nacional, y en el contexto internacional en el que influye el comercio y las inversiones y en el que se difunden las nuevas tecnologías a escala mundial. Es más fácil identificar problemas que aportar soluciones específicas, y las mismas deben ser objeto de innovaciones sociales y experimentos imaginativos” (Freeman, 1987: 148).