Jesús Sebastián
El fomento de la cultura de la cooperación requiere de políticas explícitas. La mayoría de las políticas científicas no han estado orientadas, en el pasado, a favorecer la cooperación, sino que se han dirigido más al fomento de la competitividad, tanto por influencia de un pensamiento y una cultura dominante en el ámbito de la economía, como para garantizar la calidad de las actividades científicas y tecnológicas. Las políticas ofertistas en ciencia y tecnología se han guiado a través de mecanismos de financiación competitivos, en los que los grupos de I+D y las instituciones compiten entre sí, sin valorar adecuadamente las ventajas de la cooperación y de las sinergias que ésta propicia.
Los países de mayor desarrollo científico y tecnológico han conjugado esquemas competitivos con programas integrados en áreas estratégicas, para los que se ha buscado la colaboración de instituciones y empresas. Sin embargo, la mayoría de los países de menor desarrollo científico han basado sus políticas de fomento, casi exclusivamente, en esquemas competitivos, a pesar de tener comunidades científicas, institucionales y empresariales débiles y escasamente consolidadas en el ámbito de la I+D+I. Este planteamiento ha minusvalorado las oportunidades de la complementación de los, a veces, muy escasos recursos humanos y de infraestructura, a la vez que ha contribuido a agrandar la brecha entre los grupos de I+D e instituciones más avanzados y el resto de las capacidades potenciales existentes en el país.
La asociación entre la calidad científica o tecnológica y los esquemas de financiación o de reconocimiento competitivos no es necesariamente excluyente de otras fórmulas, donde se garantiza la competencia y calidad de la I+D en esquemas cooperativos, a través de mecanismos adecuados de evaluación. Ser competentes no es sinónimo de competitividad, sino de poseer las capacidades, habilidades y recursos para cumplir unos objetivos. La evaluación de la calidad, oportunidad y pertinencia es también una regla en la cultura de la cooperación. Más aún, la cultura de la cooperación puede convertirse en una garantía de la eficacia y eficiencia de las actividades de I+D+I.
La evolución en el papel e impactos del desarrollo científico y tecnológico están acelerando los cambios en los paradigmas que han sustentado las políticas que han servido para su impulso. Conceptos como demanda, difusión y cooperación van a jugar un papel creciente en las políticas de fomento de la innovación (Sebastián, J., 1994), dando lugar a una nueva generación de políticas basadas en dos ejes, la articulación de sistemas nacionales de innovación que puedan expresar todas sus potencialidades, en términos de generación de conocimiento, tecnologías e innovaciones prioritarias para el país, y la internacionalización de estos sistemas.
La cultura de la cooperación es un elemento fundamental para desarrollar ambos ejes. La consideración de la cooperación como un elemento intrínseco de los sistemas nacionales de innovación y como un elemento estratégico para su internacionalización, revaloriza su función movilizadora, articuladora, instrumental y cultural.
En el nivel micro, el fomento de la cooperación requiere superar barreras que la obstaculizan y favorecer sus oportunidades, priorizando proyectos colaborativos, programas movilizadores, programas integrados, redes interinstitucionales, redes de investigación, asociaciones, alianzas y consorcios, entre una gran variedad de instrumentos e iniciativas, tanto en la dimensión nacional como internacional.
La internacionalización de los sistemas nacionales de innovación también requiere políticas para su fomento. La internacionalización es un proceso complejo que puede ser motivado y orientado a través del establecimiento de estrategias y prioridades, así como de la puesta en marcha de instrumentos específicos, entre los que la cooperación internacional juega un papel fundamental.
El creciente papel protagonista de las instituciones y de las empresas en la cooperación internacional aconseja que los organismos internacionales y los gobiernos elaboren políticas facilitadoras para la interacción entre los actores, compatibilizando sus diferentes lógicas y creando entornos favorables para la consecución de objetivos estratégicos en los que la dimensión internacional sea especialmente relevante. La naturaleza de los sistemas nacionales de innovación de los diferentes países delimita el carácter de estos objetivos.
La cultura de la cooperación en las políticas de fomento de la I+D+I será probablemente uno de los elementos dominantes en las próximas décadas, consolidando una tendencia que actualmente se hace visible especialmente a través de los modos de organización de los grupos y de las instituciones que desarrollan las actividades científicas y tecnológicas.
El grupo de Lisboa ha puesto de manifiesto en un sugerente trabajo cuáles son los límites de la competitividad (Petrella, R., 1996). Cabe en consecuencia preguntarse por los límites de la cooperación, así como si competitividad y cooperación son mutuamente excluyentes. Para ayudar a las correspondientes respuestas es posible construir una serie de escenarios evolutivos.
En la actualidad se está saliendo en la mayoría de los países desarrollados de un ciclo dominado por la competitividad como lógica del sistema social y económico, dando lugar a un segundo escenario caracterizado por cooperar para competir se está convirtiendo en la lógica que sustituye a la anterior, buscando fórmulas más sofisticadas y eficientes. Probablemente este sea el escenario dominante en los próximos años. La competición no será tanto entre entidades como entre redes y entre bloques, forzando a internalizar una cierta cultura de la cooperación y creando nuevas formas de organización que se imponen por su mayor eficacia y eficiencia, contribuyendo gradualmente a pasar a un tercer escenario caracterizado por competir por cooperar.
La cooperación se irá convirtiendo en una actividad necesaria, mostrando la debilidad de organizaciones y de soluciones que no estén apoyadas en la confianza, la colaboración y la asociación. La necesidad de encontrar soluciones a los principales problemas globales que ponen en peligro la viabilidad y seguridad del planeta pondrá de manifiesto la urgencia por entrar en un ciclo dominado por la cooperación, como única respuesta a la solución de estos problemas. Probablemente este cuarto escenario tardará en llegar, pero parece imprescindible para armonizar numerosas contradicciones y dar respuesta a algunos conflictos, como el planteado por el binomio globalización/dualidad.
En cada uno de estos escenarios, la I+D+I juega su papel y los planteamientos y objetivos de las correspondientes políticas científicas, tecnológicas y de fomento de la innovación tienen énfasis diferentes. En el escenario actual, en el que se mezclan numerosos componentes, pero que está dominado por el que se ha caracterizado como cooperar para competir, las políticas para la I+D+I contemplan como objetivos la generación de tecnologías para mejorar la competitividad entre empresas, países y bloques, pero también el desarrollo de tecnologías sociales asociadas a la calidad de vida (Caracostas, P. and Muldur, U., 1998). En el caso de los países latinoamericanos, estos objetivos se hacen especialmente críticos para atender, tanto a la necesaria modernización productiva, como para dar satisfacción a las crecientes y urgentes demandas sociales (Sebastián, J., 1997) así como a los retos de la gobernabilidad (Sebastián, J., 2000d).
Conceptualmente no resulta fácil señalar los límites de la cooperación en la I+D+I, los cuales parecen estar más condicionados por otras concepciones, otros modelos y otros intereses que ocupan el escenario, que por características intrínsecas de la cooperación.
Los límites se hacen más evidentes cuando se desciende a la operacionalidad de la cooperación, que como proceso social está condicionada por motivaciones, aspiraciones, prejuicios y expectativas que plantean barreras y dificultades, así como por los costes adicionales que puede suponer y por las características de los propios instrumentos para la cooperación que no necesariamente y en todos los casos, son los más adecuados para los objetivos. (Katz, J.S. and Martin, B.R., 1997; Champalov, I. and Shrum, W., 1999).
Adicionalmente, se puede también contemplar los límites impuestos por el binomio cooperación local/cooperación global, no porque sean incompatibles, sino porque requieren estrategias diferenciadas. Probablemente este binomio debe bascular más hacia la cooperación global en los países más desarrollados o con sistemas nacionales de innovación más maduros. Inicialmente, en los países de menor desarrollo o con sistemas nacionales de innovación poco articulados, debe bascular hacia la cooperación local, con el objetivo de fortalecerse institucionalmente y estar en mejores condiciones de negociación y de contrapartidas, buscando una mayor simetría en la cooperación internacional.
La evolución en los escenarios descritos pone de manifiesto unas nuevas relaciones entre competición y cooperación. Relaciones que son más complejas que las de la simple dualidad competitividad/cooperación. Ambos ingredientes son inevitables y necesarios en las sociedades, aportan creatividad y valor añadido. La cuestión es cuál es la fuerza dominante, si desarrollarse sumando y compartiendo o crecer excluyendo. La cultura de la cooperación parece que garantiza mejor la equidad, cohesión e integración social.