Espacios. Vol. 21 (1) 2.000


El medio ambiente como crisol cultural

The environment as a cultural melting pot

Renate Koroschetz de Maragno


La proposición de Minsch impone en primer lugar dejar de considerar la naturaleza como proveedora inagotable de recursos naturales y como receptora invulnerable de desechos y emisiones. Ese concepto equivocado es, según él, el motivo principal por el cual la problemática ecológica no forma parte de la discusión económica y está marginada dentro del área de la política ambiental. En segundo lugar habría que eliminar la convicción de que el principio de causa-efecto lo explica todo también en materia ambiental. Esta metodología, que funciona bien en política y en jurisprudencia, no es, según este investigador, la más apropiada para resolver problemas complejos - como lo constituyen generalmente los problemas ambientales – principalmente porque es muy difícil aportar las pruebas causales exigidas; sin embargo, Minsch destaca que, al exigir estudios de riesgo para la construcción de grandes instalaciones técnicas, se estaría superando parcialmente esta etapa. Pero el concepto ‘riesgo’ sería el tercer elemento del consenso en contra de la naturaleza que debería modificarse. Minsch argumenta que, hoy en día, es lo habitual considerar el tamaño del daño bajo la perspectiva de la probabilidad de ocurrencia. Es decir, mientras menor sea la probabilidad de que ocurra, menor aparece el riesgo y por ende el daño en sí. Sin embargo, al trasladar las connotaciones de un concepto, que rigen en las compañías de seguro, a la política ambiental se falsifica la realidad, porque es probable que el ecosistema pueda subsanar daños pequeños recurrentes, pero no es seguro que podrá hacerlo en el caso de un daño único, grande. Finalmente, el cuarto elemento que entorpece el camino hacia una política económica ecológica, serían las leyes creadas por los hombres que tienen casi el estatus de ley natural (física), es decir de ineludible. Las limitaciones de la tecnología y su «estado del arte» o las costumbres administrativas, judiciales o económicas hoy en día asumen en cierto sentido el papel de leyes y limitan el alcance de la política ambiental.

Según Minsch, una vez superado el consenso en contra de la naturaleza, sería factible la integración de la política ambiental a la política económica, porque el problema no es la utilización de la naturaleza como proveedora de recursos en el proceso de producción de bienes para la humanidad, el problema es cómo se utiliza. Y ¿en qué manera se materializaría esa integración? Al responder esta interrogante, Minsch concuerda con Weizsäcker cuando propone rehacerse e las experiencias obtenidas con el llamado “milagro económico” alemán de Ludwig Erhard quien, en la Alemania perdedora de la segunda guerra mundial logró integrar el problema social a la economía de mercado, proceso cuyo resultado conocemos hoy como “economía social de mercado”. Se trataría pues de diseñar la política económica ecológica en forma análoga. En este sentido, Minsch propone atacar cuatro áreas problemáticas: energía, tránsito, desechos y riesgos. Según su argumentación, la política de la energía barata a expensas del ambiente no tiene futuro. Los precios deben reflejar la escasez de los recursos y es necesario producir energía en forma ambientalmente compatible. En la proposición de este investigador, con un aumento de precios se fomentaría una disminución del derroche de energía y a un mayor plazo, la motivación para innovar en productos. La energía como producto de la naturaleza deberá ser sustituida, según él, por servicios de energía (calor, claridad, movimiento) producto de la naturaleza «interna» 16 , de la fuerza de trabajo e innovación del hombre. Asimismo Minsch propone reducir el tránsito mediante un impuesto sobre los combustibles, donde el monto recaudado se devolvería posteriormente a los ciudadanos, calculando el reembolso según criterios, que estimulen una reducción del uso indiscriminado de los automóviles particulares. La propuesta de Minsch también prevé la subordinación de la construcción de nuevas carreteras a criterios de escasez del suelo, es decir de mercado, y la planificación del transporte de mercancías en función de los daños que pueden causar (ruido, accidentes). En una política económica ecológica, los desechos deben, en la opinión de este investigador, considerarse como «materias primas secundarias» o como materias primas mal ubicadas. La meta principal sería evitar la producción de desechos. Por lo tanto, debería limitarse la construcción y el tamaño de los vertederos, incentivar la devolución de productos usados como negocio no menos lucrativo que la distribución de productos nuevos. Deberían establecerse cadenas de desmontaje en analogía con las de montaje. Por último, eliminando los topes de responsabilidad establecidos por las compañías de seguros, se corregiría la dimensión del concepto de riesgo. En este sentido, Minsch pregona la obligación de un seguro que cubre todos los riesgos y de una infraestructura para atender eficazmente las emergencias.

Ahora bien, esta línea de desarrollo de los argumentos no se queda allí. La controversia es de tal magnitud que incluso argumentos tan centrados en el asunto ambiental encuentran críticos en el mismo bando: “Estamos enfrentando tareas utópicas” afirma un año después Hans-Peter Dürr. Las dificultades aparentemente inmensas para implantar una economía ecológicamente sostenible en los sistemas sociales existentes del mundo occidental en efecto conducen a los realistas que siempre se refieren solamente a las experiencias probadas del pasado 17 a una visión muy pesimista; en ella cabe hasta la posibilidad de que el genero humano mismo desaparezca de la faz de la tierra, víctima de la ley cruel de la naturaleza, donde los más débiles deben perecer para permitir que el sistema perdure. Pero en realidad Dürr no concuerda con esa visión, puesto que, como afirma, las realidades de hoy fueron las utopías de ayer, y a las realidades del mañana le corresponderían entonces las utopías de hoy. Él más bien recomienda asumir los retos que implica este cambio radical en política económica cuanto antes y dejar de manejar la protección ambiental como si fuera un taller mecánico 18. Al igual que otros investigadores ya citados, Dürr también alerta sobre los peligros del cortoplacismo, apoya un sistema económico en el cual la economía de mercado se enmarca dentro de los lineamientos del desarrollo sostenible y exige un amplio programa de educación ambiental.

¿En qué consistiría entonces una política económica ecológica concretamente? En una economía sostenible, dice Dürr que, sin embargo, es muy difícil de describir en detalle.

Para lograr el éxito, en su opinión, al hombre no queda otra alternativa que la metodología del ensayo y error, que puede ser practicada desde ahora en proyectos piloto adecuados, con el fin de acumular experiencias al respecto. Por otra parte, Dürr hace hincapié en la importancia de conservar las diferencias étnicas y culturales, imprescindibles para la supervivencia de la humanidad al igual como lo es la biodiversidad para la naturaleza viva. 19 Asimismo suscribe el encarecimiento de las fuentes energéticas a través de la aplicación de impuestos “ecológicos” los cuales limitarían el consumo pero, lejos de obligarnos a renunciar a todas nuestras comodidades, nos permitirían un estilo de vida confortable sin comprometer el medio ambiente.

Tomando como referencia la discusión presentada, la conclusión lógica es que la clave para que los países industrializados hagan realmente un paso en la dirección correcta, sería la inclusión de las metas ecológicas en la política económica; y que, en aquellos países, al mismo tiempo se le asigne a esta nueva política igual o mayor prioridad que al crecimiento económico. Se trata de un cambio radical, considerando que no se puede decir que la política económica basada en metas del crecimiento, tal como la han practicado los países industrializados en los últimos 90 años, haya sido poco exitosa. Es más, justamente su éxito constituye probablemente uno de los mayores obstáculos para el cambio.

El desarrollo de los acontecimientos se vislumbra lento y difícil pero podría ser muy interesante en la perspectiva de observadores externos, más concretamente desde un país como Venezuela que – dirían los pragmáticos – tiene otras cosas de que preocuparse. Sin embargo, es posible que nuestro ángulo de observación y la distancia a la que estamos del escenario nos permita analizar los procesos que allí se desencadenan con mayor objetividad.

El marco legal de referencia

Las intervenciones del Estado en función de proteger el medio ambiente como base de nuestra vida 20, cuentan en los países de habla alemana con un amplio consenso social. Aun cuando haya diferencias de opinión sobre la manera de proceder, todos los actores están conscientes de que la protección del medio ambiente debe ser necesariamente una responsabilidad compartida. Pero el consenso se deriva a su vez, como se dijo antes, de las experiencias compartidas por esas sociedades, en lo respectivo a una explotación desconsiderada de los recursos naturales renovables y no renovables, al aumento de la población y la reducida disponibilidad de territorios vírgenes; allí influye también el hecho del bienestar alcanzado, de la disminución de las tensiones políticas entre este y oeste, que redundan en una mayor disponibilidad a concentrarse en el medio ambiente. Para su protección, existe en Alemania un amplio marco legal, una legislación ambiental bien difícil de evadir. La industria está sujeta a múltiples controles y las directrices de la política federal reconocen claramente que la protección del medio ambiente depende de la colaboración y disposición de todos los grupos de la sociedad. Por ello consideran las iniciativas voluntarias de la industria, como por ejemplo Responsible Care, como un instrumento importante que debe acompañar las leyes y los decretos de la política ambiental. 21 Esta es, en el nivel federal, competencia del Ministerio Federal del Medio Ambiente, Protección de la Naturaleza y Seguridad Nuclear, ente del cual depende el Instituto Federal del Ambiente de Berlín entre otros. Además, todos los Estados Federados tienen sus propios ministerios del ambiente. La política ambiental alemana se rige por tres principios que son también la médula del marco legal:

El principio de prevención, el principio de “quien contamina, paga” y el principio de cooperación. Este último implica una intensa participación de los ciudadanos y los grupos sociales en soluciones ecológicas, puesto que “el medio ambiente es responsabilidad de todos.” 22

Tanto los instrumentos legales como la discusión política referida, forman parte de un tejido cultural, específico para Alemania, son los elementos del trasfondo cultural, dentro del cual los símbolos creados y transmitidos explican y dirigen las acciones de los miembros de aquella sociedad, es decir, forman su marco de referencia. Debemos entender que las empresas alemanas poseen ese marco de referencia cultural. Por lo tanto, cuando establecen filiales en el exterior, no solamente exportan una determinada infraestructura, ciertas formas de producción, sino también una organización y con ella personas formadas al interior de esa cultura. Entre los patrones culturales están indudablemente los generales del país, en diversos planos y los específicos de la empresa, también en diversos planos. El ambiental constituye uno de ellos, sus expresiones palpables dan información sobre el propósito de la empresa.

[anterior] [Volver a parte superior página] [siguiente]


Vol. 21 (1) 2.000
[Editorial] [Índice] [Libros]