Alfredo Cilento Sarli
El problema central a resolver es que la Universidad, particularmente la latinoamericana, es un organización feudal, donde cada facultad es una especie de baronía con castas homologadas al margen de los méritos de cada quien, cualquiera que sea su actividad o ubicación en la organización o en el país. Este vestigio feudal está imposibilitado de generar una estructura burocrática administrativa eficaz y de alta productividad, es decir eficiente.
Sin embargo, la Universidad no puede quedarse parada, debe avanzar y debe hacerlo rápidamente.
Ashby (1969), señalaba que la tecnología podría ser llevada, en las universidades, a jugar un papel mucho más importante que el se simple ingrediente para una educación liberal: podría convertirse en el cemento entre la ciencia y el humanismo. La tecnología es distinta de la ciencia y se ciñe a las aplicaciones de la ciencia a las necesidades del hombre y de la sociedad. Por consiguiente la tecnología es inseparable del humanismo. El tecnólogo está hundido hasta el pescuezo en problemas humanos, quiéralos o no. De esta manera insiste Ashby: Un estudiante que puede tramar su cultura sobre la urdiembre de la sociedad puede decir que posee una educación liberal; un estudiante que no puede tramar su tecnología sobre la urdiembre de la sociedad no puede decir ni siquiera que es un buen tecnólogo.
Tal como señalaba el autor que estamos citando, el peligro no consiste en que las universidades no sean capaces de responder adecuadamente a las exigencias de corto plazo de la era de la tecnología o a lo que Carlota Pérez denominó cambios de paradigma tecno-económico. Se trata justamente del peligro opuesto, es decir, que al responder oportuna y eficazmente, la universidad, corra el riesgo de desintegrarse a través de una adaptación demasiado directa, sin una clara visión del mundo de mañana. La pregunta que se hace Ashby era si la facultades de humanidades podrían o no salvar a las universidades de este peligro de adaptación defectuosa.
Esa misma inquietud podemos plantearla hoy en relación a la necesidad de que las actividades productivas de las universidades estén claramente sustentadas en el reino de lo socialmente aceptable, en armonía con el ambiente y con objetivos explícitos sostenidos por una visión de largo plazo.
En todo caso, como hemos visto, nuestras universidades no están actualmente en capacidad de responder oportuna y eficazmente a las demandas del nuevo paradigma tecno-económico, por lo que las presiones de las nuevas demandas podrían acelerar el proceso de desintegración iniciado con la fuga de su activo más valioso el capital humano- y la desactualización de sus activos tangibles representados en instalaciones, equipos, laboratorios, acervo documental y en las llamadas TCI.
Hebe Vessuri (1991) señala al respecto que las universidades latinoamericanas que cuentan con una capacidad de investigación científico-técnica (que obviamente no son todas ni muchas) pudieran desarrollar una estrategia agresiva de vinculación con otras instituciones, tanto de investigación universitaria como industriales, gubernamentales y comerciales en el nivel internacional, como mecanismos de acceso al know how, equipos, personal y mercados de los que carecen, así como para estar al día en las áreas cruciales de investigación.