Ignacio Avalos Gutiérrez
Con ciertas adaptaciones, el Programa Bolívar fue pensado a imagen y semejanza del Programa Eureka, propuesto en el años 1985 por el Presidente Miterrand como respuesta europea a la Iniciativa de Defensa Estratégica de Reagan, la denominada Guerra de las Galaxias y, en general a lo que se percibía como un rezago tecnológico con respecto a Estados Unidos y el Japón. El Eureka se diseñó para fortalecer la cooperación tecnológica industrial entre los países europeos alrededor de algunos sectores claves tales como la electrónica y la informática, los nuevos materiales, la robótica y la automatización, la biotecnología y las telecomunicaciones.
Tuvo un despegue difícil. En su comienzo los distintos gobiernos, con la excepción del francés, le dieron un apoyo apenas formal. La elaboración y puesta en marcha del Programa fue, pues, dura y trabajosa, a pesar de que Europa tenía ya muy bien afianzados sus esquemas de integración regional, y, además, mostraba una gran solidez institucional como base para su desarrollo científico y tecnológico o, para decirlo en términos de la jerga moderna, cada país contaba con su sistema nacional de innovación, esto es, un esquema institucional bien construido para darle fluidez a los procesos de generación y difusión de tecnologías. Ambas cosas representaban, por sí solas, un terreno abonado para que prendiera bien y rápido un Programa de este tipo.
Cinco años después de iniciado, el Eureka es un Programa de prestigio que, no obstante, está todavía muy por debajo de las expectativas que despertó. Hasta ahora ha sido, en verdad, un Programa de alcance menor. Lo es, incluso, en términos de las acciones multinacionales que se llevan a cabo entre los países europeos, no solamente porque existen en la región otros programas similares, sino porque cada nación arma por su lado más acuerdos de cooperación científica y tecnológica con otras naciones del continente que los que lleva a cabo dentro del seno de Eureka.
Por otra parte, y esto es lo principal, las estrategias de desarrollo tecnológico de cada país europeo, siguen siendo cuestión eminentemente nacional. El Eureka y el resto de los Programas de su mismo tipo representan una porción bastante reducida en comparación con las inversiones que cada nación hace por su cuenta propia para elevar su capacidad tecnológica. Según leía recientemente en un informe de la OECD, cada gobierno trasluce la idea de que el interés nacional se encuentra mucho mejor resguardado mediante políticas individuales, ideadas en relación con los intereses de cada quien.
Cuando la idea empezaba a cocinarse, tras el anuncio del Presidente Pérez hace dos años, así se le decía al Programa Bolívar, como una manera cómoda de ahorrarse explicaciones respecto a lo que se pretendía hacer. En efecto, y como ya dije, en líneas generales éste comparte con el europeo su filosofía, sus propósitos y, son algunas modificaciones, su organización.
El Bolívar fue pensado, según reza en su documentación de base (SAM-92), para favorecer la cooperación entre empresas y centros de investigación de Latinoamérica a los fines de desarrollar innovaciones tecnológicas. Es una iniciativa de carácter regional que forma parte de los procesos de integración regional y procura la transformación de las capacidades productivas a través de la interacción de la ciencia, la tecnología y la industria y, a diferencia del Eureka, no marca ninguna preferencia por determinados grupos de tecnología.
Para la ejecución del Bolívar es lógico pensar en mayores dificultades que las enfrentadas por el Eureka. Después de todo, entre nosotros la integración es mucho más débil y el desarrollo científico y tecnológico bastante menor. Hay menos cultura tecnológica, lo cual equivale a decir que la convicción acerca de la importancia de la innovación, así como la eficacia de los modos a través de los cuales se dan la generación y el uso de tecnologías, no son comparables a los europeos. La relación entre laboratorios y empresas, un punto neurálgico del Programa, sigue siendo difícil, a pesar de los claros progresos alcanzados. En final de cuentas, el Bolívar no cuenta con las condiciones que han rodeado el funcionamiento del Eureka o, para decirlo con mayor exactitud, no las reúne de la misma forma ni en la misma medida. Es previsible, entonces, que su puesta en marcha sea más lenta y que los frutos se den a más largo plazo.
Lo anterior no significa y me adelanto a decirlo- que el Programa Bolívar no sea importante. No sólo lo es, sino que además lo veo necesario y, desde luego, posible. Pero ha y que mirarlo y entenderlo en lo que puede dar y en medio de las circunstancias en que le toca iniciarse y evolucionar.
Las nuevas políticas económicas vigentes en la América Latina han alzado el relieve, por ahora más en el dicho que en los hechos, de la política tecnológica. El argumento, por manido, no precisa de largas explicaciones: la construcción de economías de mercado abiertas supone niveles mayores de competitividad, lo que, a su vez, implica no sólo, pero si necesariamente, el aumento de la capacidad tecnológica. En este sentido, y conforme a lo establecido en sus bases conceptuales, el Programa Bolívar pretende servir para hacer más competitiva la industria de los países de la región.
Se me ocurren tres comentarios con el fin de matizar el alcance del Bolívar a este respecto. El primero es, en cierta forma, una reiteración: la obtención de los resultados esperables en el Programa va a llevar tiempo, mucho más tiempo que el que toleran las urgencias d competitividad derivadas de la reforma comercial llevada a cabo en todos los países latinoamericanos.
El segundo se refiere a la cobertura del Bolívar. Su clientela, por decirlo de alguna manera, ocupa un segmento más bien minoritario del sector productivo latinoamericano, compuesto por las escasas empresas capaces de formularse la necesidad de emprender proyectos de I & D, por sí solas o, como lo exige el Programa, involucrando a empresas o centros de investigación de otros países. Si me apuran mucho diría, además, que esa clientela va a estar casi exclusivamente compuesta por empresas relativamente grandes y, sobre todo, por las llamadas pequeñas empresas de base tecnológica, quedando por fuera el noventa por ciento de las empresas existentes en la región, las cuales, también deben hacerse más productivas por vía del aumento de su capacidad tecnológica.
Para la inmensa mayoría de las empresas último comentario- el aumento de su nivel tecnológico no se logra principalmente a través de las actividades de I & D para la generación de tecnología propia, las cuales constituyen el nudo de las acciones promovidas por el Bolívar, sino por medio de otras tareas que tienen mucho más que ver con la asimilación y difusión de tecnologías, en general producidas fuera de la región. Por ello, y si hemos de pensar en términos de efectos masivos y a relativo corto plazo, el tema central de discusión en América Latina tendría más bien que ser el de la modernización tecnológica a través del uso creativo de tecnologías más o menos accesibles en el mercado internacional y el de la escogencia de las herramientas más convenientes, tanto de carácter nacional como regional, para conseguir ese objetivo.
El Programa Bolívar fue oficialmente lanzado el mes de Marzo. Muy en su estilo, (el estilo es el hombre, dicen), el Presidente Pérez lo calificó de iniciativa histórica. Y dentro del mismo tono se expresaron sus promotores y organizadores. Si hemos de apegarnos literalmente a los discursos escuchados, el Bolívar se le presentó como una pieza imprescindible, casi angular, de la política destinada a elevar la competitividad industrial latinoamericana. Todo fue dicho en el Teatro Teresa Carreño a cientos de invitados nacionales y extranjeros en medio de un acto solemne que, si he de ser del todo sincero, me resultó demasiado espectacular para lo que en verdad significa y representa este Programa.
Creo que no es bueno exagerar su trascendencia. Sería desvirtuar una idea buena, oportuna y bien montada que ha y que cuidar, pulir y desplegar para que dé sus resultados, importantes, si, pero no históricos. Proyectado en el espejo del Eureka, al Bolívar hay que verlo como parte de un conjunto de tareas que habrá que hacer, tanto regional como nacionalmente, a fin de que América Latina fortalezca su industria en lo que toca a su lado tecnológico. Y si he de seguir con las franquezas, creo que sus repercusiones tenderán a ser modestas en los próximos años, entre otras cosas, porque el Bolívar encierra sólo una parte, más bien pequeña, de los esfuerzos tecnológicos que habrá que llevar a cabo, tanto en términos de cada país como del conglomerado latinoamericano.
Incluso, y conforme a sus propios objetivos, a sus organizadores les tocará vencer en estos primeros años, la antigua inercia representada por el peso de los viejos actores, aquellos que han adquirido protagonismo en virtud de una concepción de lo tecnológico que cada vez tiene menos que decir y hacer. El del Teresa Carreño me pareció, en este sentido, un evento de caras conocidas, muchas más de las que hubiera deseado ver. Ello es síntoma de que, no obstante sus evidentes logros en la convocatoria de nuevos actores, todavía hay un camino más o menos largo que recorrer a fin de sacar al Programa del angosto espacio dibujado por la tradicional noción del sector científico y tecnológico y, simultáneamente, para que su dinámica sea tallada por aquellos a quienes más directamente competen los procesos industriales.
Tomado de El Diario de Caracas.