José María Bengoa
Conferencia dictada en la sesión inaugural de la IV convención de la Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia, el 25 de enero de 1954. El Doctor Bengoa es sanitarista, nutricionista e investigador ampliamente conocido en distintos ámbitos profesionales e intelectuales de dentro y fuera del país. Es asesor del CONICIT y experto de la OMS. |
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Es con profunda preocupación que me dispongo a leer las cuartillas que siguen, pues reconozco que el título mismo encierra un interrogante difícil de admitir por muchos.
Es tan fuerte la necesidad interior del hombre de buscar la verdad por la verdad misma, sin preocupares de las consecuencias que esto pueda implicar a la humanidad, que la tarea de hablar de la ciencia en función social resulta un riesgo evidente aún para aquellos que tienen poco que arriesgar como es el caso presente.
El científico que logra una verdad racionalmente evidente, se ve obligado por fuerzas interiores inexorables a proclamarla como absolutamente válida aún a sabiendas de que esa verdad contraría sus sentimientos íntimos tradicionales, o sus propios intereses sociales y aún a sabiendas de que su verdad, su nueva verdad, puede ser causa de consecuencias insospechadas en sus aplicaciones técnicas.
Esto es realmente ciencia pura, destilada, que arranca desde que el hombre tuvo conciencia de ser un “ser que piensa”. Claro es que colocarse en el lado opuesto, es decir el pretender que la ciencia subordine la “búsqueda de la verdad” a los ideales sociales, es renunciar a la verdadera ciencia.
Habría una posición intermedia, ecléctica, en la cual el investigador de la verdad, el científico por antonomasia, sin renunciar a su objetivo específico de la “búsqueda de la verdad”, estudiara la otra verdad, es decir las consecuencias de la verdad descubierta.
Podría considerarse pues, a la ciencia con un doble destino; uno supremo, excelso: la “Búsqueda de la verdad” y otro, complementario, el de servir al bienestar de la humanidad.
Bajo esta introducción de tesis, doy comienzo a la exposición sobre la “ciencia para el avance de la sociedad”.
Ante la ciencia todos somos un poco actores y espectadores al mismo tiempo, y como actores y como espectadores nos preocupa más el desenlace del drama que el amplio vuelo que viene alcanzando la investigación.
La actitud como espectador no es, por otro lado, simple contemplación pasiva y si algo nos duele es no alcanzar a comprender toda la belleza intrínseca del científico creador y estar obligados a manifestar únicamente nuestro asombro antes las maravillosas concepciones de la ciencia. Las teorías físicas modernas nos emocionan no solamente por el valor científico que puedan tener como teorías, sino sobre todo, por el aniquilamiento que producen en nuestro espíritu al comparar su grandiosidad con la mediocre condición del hombre medio. A medida que las disciplinas científicas se especializan más y más, se produce un distanciamiento cada vez mayor en las posibilidades de entendimiento. Hoy la ciencia en su dispersión se ha alejado tanto de las concepciones universales del hombre medio, que pretender seguir la estela de su paso se va haciendo cada día más difícil. A medida que aumenta nuestra posición como espectadores, va reduciéndose progresiva y paralelamente nuestra condición de actores. Solamente los seres de gran cultura se pueden permitir el lujo se seguir los pasos cada vez más intrincados, de las grandes conquistas de la ciencia. En muchas ocasiones nos vemos obligados a actuar de “tercer hombre”, ya que al sabio que lanza al mundo una nueva teoría, le sucede el segundo hombre que la presenta con mayor sencillez, no exenta de adornos muchas veces, a fin de ofrecer al hombre medio los hechos fundamentales del genial descubrimiento.
Tengo que confesar sin sonrojo que para la mayor parte de la ciencia vengo actuando como “tercer hombre”, es decir como espectador. Y como espectador es que voy hablar de la ciencia y a hacer algunos comentarios que no tienen más trascendencia que la que puedan tener las palabras dichas en los corrillos de un entreacto del gran drama que estarnos presenciando.
Apelo pues a vuestra benevolencia para que a lo que vaya a decir no le concedáis más importancia que el de un simple e improvisado comentario que brota espontáneamente en los pasillos del teatro.
El título dado a esta conferencia nos obliga a hacer una aclaración, tal vez dos. Por un lado el destino final de la ciencia, en sus aplicaciones prácticas, conduce invariablemente hacia una evolución de la sociedad, considerando como evolución todo lo que modifica moldes pasados en la historia de la humanidad. Podrá ser favorable o no esta evolución, pero todo paso dado en la ciencia es siempre hacia adelante, aunque alguna vez el camino seguido no nos conduzca al bien de la humanidad. En consecuencia la sociedad evoluciona con los descubrimientos teóricos y prácticos de las ciencias, siempre que entendamos como simple referencia al pasado y no como progreso logrado en forma definitivamente positiva. Unas veces lo que avanza con las ciencias es la cultura, otra la civilización, pero ni la una ni la otra aseguran siempre el bienestar en la vida de los hombres.
Para saber si la ciencia en su aplicación tiene un carácter de utilidad terrena, sería preciso conocer cuáles son los desajustes de la sociedad actual, medirlos de alguna manera, establecer “coeficientes de bienestar” a fin de averiguar los factores que condicionan la desesperanza de la sociedad. Todo lo que no sea esto, será en la ciencia un avance constante hacia formas nuevas de la vida, pero sin que podamos saber si las formas nuevas son las formas buenas que exige la humanidad y en este caso entramos de lleno en la necesidad de considerar la sociedad como un elemento nuevo de estudio y de investigación. Y ésta sería “La ciencia para el avance de la sociedad”, título de esta conferencia.
Ya numerosos autores (Ortega y Gasset, Marañón y otros) han dedicado algunas líneas a llamar la atención sobre el peligro del cientificismo, que como todo “ismo” crea situaciones dogmáticas exageradas. Junto al cientificismo, es decir junto al dogmatismo de la ciencia, se corre el riesgo de deshumanizar la vida, de acabar con ese gran móvil del progreso que constituye la inquietud de saber, que sin duda es la verdadera sabiduría.
Unamuno decía de un buen hombre con un afán incontenible de no dejar nada de leer que: “Lo sabe todo, absolutamente todo; figure usted lo tonto que será”.
La vida cotidiana nos ofrece sin embargo, suficientes motivos para el desarrollo de nuestra imaginación. Apreciando en todo su valor las complicadas teorías científicas y la extraordinaria categoría de sus autores, hay que reconocer que la vida, en el más amplio sentido que podamos darle, encierra múltiples problemas que lejos de estar resueltos, cada día se confunden y oscurecen más. Sin renunciar el científico a lo que le es propio, sin cerrar los laboratorios experimentales, sin detener el progreso de las ciencias en todos los sentidos, sin pedir a ninguno algo que no pueda dar, sería conveniente pedirles a los hombres de ciencia hacer un inventario acerca de la situación del hombre en el mundo actual.
Un inventario real, objetivo, que señalará todos los factores que intervienen en su vida: los humanos, los inter-humanos, los ecológicos, los cósmicos.
Nos gusta mucho a todos hacer inventarios retrospectivos de la humanidad, pero a muy pocos dirigir la mirada de curiosidad hacia lo actual. Se dirá que es muy difícil ver el tren que pasa veloz ante nuestros ojos, y por eso precisamente, por la dificultad, es que se necesita de la presencia de todos.
La sociografia no puede, no debe quedar en manos de unos pocos hombres especializados; su estudio exige la integración de muchas ramas científicas que hoy en día permanecen alejadas de un objetivo social.
Se podrá argüir que el descubrimiento de nuevas teorías físicas, matemáticas, etc., conduce también a resolver los problemas humanos y sociales; pero no se trata de eso, no se trata de que la ciencia pura desemboque en muchos casos en una aplicación práctica provechosa para la humanidad; el problema no es si los científicos ofrecen o encuentran una solución, el problema es si lo buscan, si lo padecen, si se acongojan...
“El mundo, señores, dijo Pi Suñer, no es un espectáculo; es una severa condición de vida a la cual hay que atemperar en cada momento la conducta” (Dispersa y conjunta. -Caracas, 1945. Pág. 264).
Esto es lo que quiero decir esta noche: que la ciencia no tome el mundo como un espectáculo más o menos entretenido, como un motivo de diletantismo o simple curiosidad, sino que junto a la inagotable fuerza de la imaginación creadora, ofrezca, la coyuntura de lograr un conocimiento mejor de las leyes que rigen a la humanidad en su desenvolvimiento económico, cultural, espiritual, en una palabra, social y brinde la oportunidad de su resurgimiento.
El rostro de la sociedad viene modificándose en virtud de los impactos de la ciencia (El término de impacto en este caso, se lo debemos a Bertrand Russell).El rostro actual de la sociedad difiere notablemente del que tenía en el siglo XVIII, y por supuesto del que tenía en épocas anteriores. Un personaje de la Edad Media que apareciera en nuestra Era, llamada por nosotros mismo de progreso, no nos reconocería.
La ciencia, en sus aplicaciones técnicas, hace andar a la sociedad a saltos y a veces a sobresaltos. Cuando menos se espera, (o apenas esperado por un elite) surge un nuevo método, un nuevo sistema, que obligatoriamente involucra un cambio de vida en la sociedad. Y es cosa de pensar por qué cada invento no lleva consigo un manual de reorganización social que permita una mejor adaptación de la sociedad y del individuo, a fin de evitar los desajustes y las tragedias que ocurren con la introducción de cada máquina o de cada sistema.
Bertrand Russell en un libro maravilloso, (“The Impact of Science on Society”) y con la irónica franqueza que lo caracteriza, nos habla de los impactos que algunos inventos han tenido sobre la humanidad. La pólvora y la brújula, en la Edad Media; la maquinaria industrial, más tarde, y por último los descubrimientos modernos han sido, entre otros inventos, motivo de desequilibrios hondos en el seno de la sociedad.
No es necesario recordar aquí, pues está en el ánimo de todos, el desajuste de la humanidad que sucedió al maquinismo, del cual todavía no ha podido recobrarse. Obreros desplazados, familias enteras sin medios de subsistencia, epidemias de hambre, miseria, en una palabra. Para atenuar el problema hubo necesidad de atornillar fuertemente los derechos del individuo a los deberes de la sociedad. Y como hay cosas que no se arreglan con tornillos, la sociedad comenzó a buscar nuevas fórmulas de equilibrio.
Cabe preguntarse: ¿ante una situación análoga, deben los científicos permanecer al margen del problema y permitir que la sociedad continúe en una confusión cada vez mayor? ¿No será posible que los grandes pensadores, aquellos que con sus ideas han permitido a los técnicos el descubrimiento de nuevos inventos, dediquen algo de su tiempo, a averiguar las repercusiones que puede tener una nueva teoría?
Ante estas dos preguntas es casi seguro que una gran mayoría responda que precisamente el científico, por su función específica de indagar, de descubrir, marginando todo valor ético o normativo, está en el deber, tal vez en el derecho, de seguir su trayectoria sin detenerse en ningún momento a averiguar las consecuencias o, repercusiones de las aplicaciones técnicas que puedan dar a su descubrimiento. Es posible que sea así para bien de la ciencia, aunque no estoy tan convencido de que lo sea para el bien de la humanidad.
La objeción más fuerte que he oído en este sentido es que el científico no conoce muchas veces las aplicaciones que pueden darle los técnicos y el campo industrial a su teoría y mal pude predecir las consecuencias sin saber cuál va a ser a fin de cuentas su destino.
Tesis desde un punto de vista teórico parece fuerte, pero hay que admitir que en un gran número de casos el científico puro, el teórico, el genio en una palabra, interviene como técnico en encontrar aplicaciones prácticas a su nueva concepción, confundiéndose la función científica con la técnica.
No quisiera que estas palabras se interpretaran en el sentido de la mala utilización de los progresos de la ciencia en el campo social, no; el problema es el mismo aún para aquellos progresos de la ciencia que han conducido a un mejoramiento de la sociedad.
Hay descubrimientos como los que acontecen en el campo médico, que son recibidos con entusiasmo por la humanidad, y aún habría que prevenirse contra el exceso de algunas drogas modernas, no siempre tan eficaces como parecen al principio. En todo caso hay que reconocer que la ciencia médica ha permitido a la humanidad un mejoramiento notable en la lucha contra la muerte. Pero esto mismo ha creado nuevos problemas a la sociedad, que ameritan la adopción de nuevas posiciones.
La salvación de muchos niños infradotados crea situaciones difíciles en el campo de la higiene del adulto. El número de ancianos se hace cada vez mayor. La población crece en proporciones insospechadas. Todo esto son repercusiones de una acción positiva, benéfica, como es la hecha contra la mortalidad infantil.
La psiquiatría viene recibiendo los impactos más intensos del avance de la ciencia, lo cual ha obligado a los psiquiatras a abandonar el manicomio para salir al mundo a clamar por el peligro que se cierne sobre la humanidad. Y a medida que van desapareciendo las enfermedades infecciosas, por la acción enérgica de la higiene y los antibióticos va surgiendo un nuevo drama en la patología.
La relación de hechos seria muy larga de enumerar. Basta señalar el fundamento del problema, a saber el científico debe preparar la sociedad ante cualquier eventualidad que conduzca aun cambio de su rostro.