Vol. 38 (Nº 52) Año 2017. Pág. 25
Rainer RUBIRA-GARCÍA 1; Belén PUEBLA-MARTÍNEZ 2
Recibido: 18/06/2017 • Aprobado: 12/07/2017
2. Emergencia y desarrollo de los estudios sociales sobre Internet
3. Etapas de apropiación de Internet como objeto de estudio
4. El estudio de Internet en Ciencias de la Comunicación
RESUMEN: El artículo busca documentar, desde un punto de vista histórico, las distintas etapas de la investigación sobre Internet desde las Ciencias Sociales en sentido general y desde las Ciencias de la Comunicación en particular. Mediante un enfoque metodológico crítico se evidencian tres momentos de apropiación del objeto: una primera de dualismo teórico y precariedad empírica, una segunda de reconocimiento social e institucionalización y una tercera, aún en desarrollo, de estructuración interdisciplinar. |
ABSTRACT: The article seeks to document, from a historical point of view, the different stages of Internet research from the Social Sciences in general and from the Communication Sciences in particular. A critical methodological approach reveals three moments of appropriation of the object: a first one of theoretical dualism and empirical precariousness, a second one of social recognition and institutionalization and a third one, still in development, of interdisciplinary structuring. |
Al parecer el siglo XXI no empezó en el año 2000 sino antes, con la llegada de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, en especial de Internet. Esta irrupción trajo consigo modificaciones en los procesos de interacción y en las maneras de entender y practicar la cultura hasta ese momento, incluidos los intercambios comunicativos.
En estrecha relación con “la máquina pananimal” de que habla Douglas Coupland en su libro Microsiervos (1997: 44), que en nuestros días se traduce en multitud de terminales, desde ordenadores a móviles y hasta relojes, la Red de redes ha evolucionado con gran rapidez hasta convertirse en un complejo sistema social, en el sentido más amplio del término.
Internet se ha transformado en un fructífero espacio de análisis para las Ciencias de la Comunicación, promoviendo, en opinión de algunos, no tanto un nuevo paradigma científico como una dinámica red de investigación en torno a un objeto privilegiado de conocimiento (Hine, 2005).
En 1995 ya Internet no era -stricto sensu- una novedad, el menos en los círculos especializados. Un experto como Clifford Stoll, con varios años dedicados a Internet a esas alturas, se declaraba hastiado del emergente entusiasmo popular por la Red de redes desatado por esas fechas, anunciando el fracaso absoluto del comercio electrónico, de los periódicos digitales, de la educación en línea y hasta del teletrabajo, aspectos todos que comenzaban a ocupar un espacio en el universo de representaciones sociales del gran público y también de no pocos académicos.
En palabras de Stoll (1995):
¿Qué falta en este país de las maravillas electrónico? El contacto humano. Ignoremos el tecno-burbujeo adulador sobre las comunidades virtuales. Los ordenadores y las redes nos aíslan el uno del otro. Un chat en línea es un sustituto rengo a reunirse con amigos para un café. Ninguna pantalla de multimedia interactiva se acerca a la emoción de un concierto en vivo. ¿Y quién preferiría cibersexo a la cosa real? Si bien Internet atrae intensamente, seductoramente titilando como un icono del conocimiento en tanto poder, este no-lugar nos lleva a entregar nuestro tiempo en la Tierra. Se trata de un pobre sustituto, esta realidad virtual en la cual la frustración es común y donde -en el sagrado nombre de la Educación y el Progreso- aspectos importantes de las interacciones humanas son implacablemente devaluados.
A pesar de lo equivocado que podría estar Stoll con sus vaticinios, dos elementos de su discurso no dejan de ser interesantes a la hora de pensar en la trascendencia de una tecnología como la que nos ocupa: su apropiación social y su relevancia para el crecimiento de la sociedad.
La Red de redes venía tomando forma desde la década de 1960, pero todavía en 1995 estaba ausente su dimensión social, al menos tal y como la conocemos hoy día, entre otras cosas porque su grado de apropiación entre el gran público era mínimo. De hecho, la mayoría de usuarios por entonces comprendía sobre todo a científicos de áreas relacionadas con las tecnologías, como el propio Stoll.
La pujanza de Internet comenzó con la introducción de la World Wide Web en 1992. En 1995, sin embargo, solo 16 millones de personas en el mundo tenían acceso a la Red, menos del 0,5% de la población global. En 2000 ese porcentaje escaló hasta el 5%, con 304 millones de usuarios que se duplicaron en 2003. En 2005, diez años después, el número de internautas crecía hasta superar el billón de individuos, un 15% de la población del planeta. Europa era la región de mayor penetración de la Red en 2011, con un 70% de cota, aunque en los países nórdicos, especialmente Noruega y Suecia, esa cifra se elevaba hasta cubrir el 90% de la ciudadanía (Pasquali y Aridas, 2012).
Evidentemente, un objeto de conocimiento sin arraigo no podía despertar el interés de unas Ciencias Sociales cada vez más ocupadas con la transformación de la sociedad (Hine, 2005). Por eso mismo, los primeros estudios sobre Internet bajo una perspectiva social emergen cuestionando precisamente su capacidad para facilitar o entorpecer el contacto humano, y por tanto, su rol como instrumento de cambio. En el caso de las Ciencias de la Comunicación, la admisión de Internet como objeto de estudio fue más tardía si cabe, porque pocos tenían claro que este nuevo espacio de relaciones emergería como un verdadero medio de comunicación de masas.
Por estos motivos, planteamos como objetivo de esta investigación de tipo documental estudiar y argumentar, desde un punto de vista histórico, las distintas etapas de desarrollo en la investigación sobre Internet, desde las Ciencias Sociales en sentido general y las Ciencias de la Comunicación en particular.
Tal y como se reconoce en la introducción del Handbook of New Media: Social Shaping and Social Consequences of ICTs (Lievrouw y Livingstone, 2002: 4), la investigación social en torno a Internet y los llamados nuevos medios se ha caracterizado por una gran amplitud de enfoques disciplinares así como por un elevado grado de internacionalización y dispersión.
Los antecedentes más significativos de los estudios hay que buscarlos en la intersección de diferentes ámbitos de análisis, cada uno con sus particularidades científicas. Esta situación de origen ha provocado cierta fragmentación, tanto teórica como metodológica, en la propia construcción de Internet como objeto de estudio.
Habría que añadir, además, que esa diversidad de enfoques, aunque saludable de cierta manera, no ha ayudado a la larga al establecimiento de un área científica cohesionada, destinada a determinar y evaluar la significación social de una tecnología/medio/canal/soporte como Internet, a pesar de la pujanza demostrada por el tema y el interés que suscita entre los académicos de las más diversas disciplinas.
The Network Nation, firmado por el cibernético Murray Turoff y la socióloga Roxanne Hiltz en 1978, ha sido considerado por algunos como el trabajo fundacional que marca el inicio de la investigación sobre Internet como medio de comunicación desde las Ciencias Sociales (Wellman, 2004), incluso antes de que ese término fuera de uso común para designar a las redes digitales.
En el Instituto de Tecnología de New Jersey, ambos autores llevaron a cabo un estudio sobre las interacciones sociales a través de las redes digitales entre grupos, dispersos geográficamente, de científicos e ingenieros. El texto resultante, The Network Nation, sentó las bases de la investigación sobre comunicación mediada por ordenadores o computadoras (CMC) mucho antes de que Internet hiciera su aparición a nivel masivo en el espacio público. No obstante, desde años previos se venían desarrollando variados análisis sobre los cambios sociales que traía consigo la nueva tecnología.
A partir de 1984, en torno a las conferencias bianuales de Computer Supported Cooperative Work (CSCW) y otros espacios, el debate sobre las redes telemáticas y su presencia en la sociedad estaba claramente dominado por los cibernéticos, aunque participaban de él sociólogos y psicólogos, entre otros científicos sociales. Estos últimos, más interesados en la apropiación de la tecnología que en la programación de aplicaciones, estaban predestinados a inaugurar lo que se dio en llamar estudios de usuarios, según Wellman (2004). No hay que decir que esta corriente de usos de Internet se convertiría en una de las predominantes al pasar los años.
Aunque la investigación sobre redes digitales continuaba en buena medida gobernada por informáticos e ingenieros a inicios de los ochenta, los científicos sociales iban incorporándose y aportando nuevos enfoques al debate académico. Barry Wellman dedicó varios artículos a destacar el carácter social de las nuevas tecnologías así como la fuerte interrelación entre las redes de intercambio establecidas en la sociedad real y las afincadas en el mundo virtual. El propio Wellman (2004) menciona dos trabajos suyos como seminales: “An Electronic Group is Virtually a Social Network” (Wellman, 1997) y “Net Surfers Don’t Ride Alone” (Wellman y Gulia, 1999).
Desde la Sociología, un autor imprescindible que marcó los estudios sobre nuevos medios fue Daniel Bell, con su teoría sobre la sociedad post-industrial. Asimismo, Anthony Giddens destacó por sus análisis sobre las transformaciones de la percepción del espacio y del tiempo a partir de la irrupción de las nuevas tecnologías. Otro aporte importante del autor británico fueron sus indagaciones sobre el rol de estas tecnologías como instrumentos de vigilancia y control. De hecho esta línea ha sido muy fructífera en la Sociología contemporánea. Así, James Beniger también ha descrito en detalle la revolución del control que han facilitado las tecnologías comunicacionales desde el siglo XIX.
Por otro lado, la Psicología Social se fue constituyendo también en un campo de reflexión privilegiado para el estudio de Internet. El foco de atención se ubicó asimismo sobre las interacciones sociales a través de las redes digitales y los cambios que la nueva mediación tecnológica traía consigo.
En el Reino Unido, Short encabezó, en 1976, un estudio pionero que evaluaba los sistemas de teleconferencia en términos de la “presencia social” de los actores. En Estados Unidos, Robert Johansen y se equipo del Instituto para el Futuro, cercano a la Universidad de Stanford, firmaban en 1979 el concepto de telepresencia, sobre la base de investigaciones desarrolladas en torno a las reuniones vía video-conferencia.
Lee Sproull, Sara Kiesler y su equipo de la Universidad Carnegie-Mellon fueron los primeros en notar los efectos del anonimato y de las señales sociales y contextuales reducidas en el intercambio de mensajes por ordenadores.
Las personas que interactúan por medio de una computadora están aisladas de señales sociales y se sienten seguras ante la vigilancia y el criticismo. Este sentimiento de privacidad los hace sentirse menos inhibidos ante otros. También les hace más fácil estar en desacuerdo, confrontar o desaprobar las opiniones de otros (Sproull y Kiesler, 1991: 48-49).
Según estos investigadores, la despersonalización de la interacción mediada por ordenadores contribuía a la desinhibición y al empleo de un lenguaje agresivo, que dieron en llamar “flaming” (Kiesler et al., 1984; Sproull y Kiesler, 1991). Su texto de 1991, Connections, resume en buena medida, a juicio de Wellman (2004), una aproximación de laboratorio, marcada por una metodología cuantitativa-experimental. Hasta cierto punto la propuesta de estos autores guarda relación con la idea de McLuhan de que las características tecnológicas de un medio intervienen decisivamente en la materialidad social de los intercambios que facilita.
Reino Unido y Estados Unidos serían por mucho los países con mayor desarrollo de la investigación social de Internet en las décadas sucesivas, seguidos por Francia en menor medida.
Desde el Massachusetts Institute of Technology, Sherry Turkle introdujo la idea de los ordenadores como dispositivos proyectivos que permiten a los usuarios tomar el control de sus propias auto-representaciones e interacciones cotidianas, a diferencia de los medios tradicionales.
Estas ideas, reflejadas en los textos “Computer as Rorschach” (1980) y “The Second Self” (1984), confirmaron un renovado interés de los estudios hermenéuticos y culturales sobre las nuevas tecnologías de la comunicación.
En adición a estos aportes desde distintos campos del saber, otros autores como Ithiel de Sola Pool, desde las ciencias políticas o Thomas J. Allen, desde las ciencias de la administración, fueron reconocidos antecedentes teóricos en las investigaciones sociales sobre Internet.
Llama la atención cómo varios de los autores más representativos de la investigación en Ciencias Sociales sobre las redes digitales, que en muchos casos iniciaron este ámbito de análisis, continúan siendo referentes en la actualidad, marcando tendencias en el trabajo de la comunidad científica.
Los estudios mencionados forman parte de las bases fundacionales de la investigación social sobre Internet que, sin embargo, no comenzaría a cuajar hasta la última década del siglo XX. No obstante, deben ser considerados como parte indisoluble de la historia de la investigación del nuevo medio.
Como bien aclara Steve Jones (2005: 233), en el caso de los estudios sobre comunicación mediada por ordenadores, por ejemplo, los orígenes se remontan a la época de DARPA en la UCLA. A pesar de la observación de Jones, es evidente que Internet como objeto de estudio adquiere más relevancia después de 1990 y en algunos países incluso no llega prestársele atención académica hasta 1995.
Wellman (2004), uno de los pioneros en el estudio de las redes digitales, divide la historia de la investigación sobre Internet en tres momentos a partir del aumento de su presencia social, a mediados de los noventa. Otros como David Silver (2000), en su caso refiriéndose a la historia de los estudios sobre cibercultura, sitúa los orígenes en su caso a principios de los noventa. De cualquier manera, ambos parecen coincidir en ubicar los inicios en torno a la aparición del protocolo HTTP y de la World Wide Web entre 1992 y 1995. Ambos autores tratan de reconstruir los momentos de desarrollo de la indagación sobre Internet como objeto de interés científico.
La primera etapa fue de reflexión académica general. A medida que Internet se consolidaba como una red de redes y salía de los reducidos espacios de grupos de usuarios especializados para llegar al gran público, aumentaba el entusiasmo, a la par del financiamiento, para plantear preguntas sobre el medio.
Hasta cierto punto se produce un reinicio en la investigación en los años noventa, volviéndose a plantear preguntas incluso que los estudiosos habían abordado pero en circunstancias diferentes, con unas redes digitales sin presencia masiva y prácticamente desconocidas.
Así comenzaron a consolidarse dos presunciones sobre la “nueva” tecnología que comenzaba a tomar cuerpo de forma pública, aunque ya tenía tras de sí décadas de existencia. En primer lugar los expertos, en coro con varios periodistas, políticos y otros mediadores sociales, señalaban la capacidad prácticamente ilimitada de conectividad: la vida social estaría garantizada a través de las redes digitales.
En segundo lugar, se entendía que las conexiones sociales estarían poco a poco hegemónicamente proyectadas desde el individuo frente a su ordenador, con lo cual sería suficiente el estudio del entorno virtual del sujeto para comprender los fenómenos de socialidad digital, una idea que Wellman (2004) no dudó en calificar de “parroquialismo”, por su carácter reduccionista.
Durante esta primera etapa los análisis estaban sustentados en conjeturas más que en datos empíricos. En este punto coinciden tanto Wellman (2004) como David Silver (2000). Silver destaca la publicación en este período de “ensayos descriptivos generalmente caracterizados por un dualismo retórico” (en Siles, 2008: 59). De hecho, este autor califica al debate sobre Internet en la época con el término de cibercultura popular, en tanto los discursos sobre el medio carecían en muchos casos de base científica (Silver, 2000).
A menudo, se hacían generalizaciones a partir de ejemplos anecdóticos y el enfoque de los trabajos era predominantemente utópico: Internet garantizaría el acceso global e igualitario a la información y el conocimiento, como aseguraba John Perry Barlow, de la Electric Frontier Foundation (en Wellman, 2004). En el fondo, el discurso retomaba en cierto sentido el enfoque de la Ilustración y el saber como agentes del desarrollo y de la igualdad social. Se ignoraba el rol del poder o de la condición social en la configuración de intercambios tanto dentro del ciberespacio como fuera.
Por otra parte, se desarrolló una corriente distópica, enfrentada al utopismo reinante, que advertía del peligro de las nuevas tecnologías, que prometían conectarnos a aparatos mientras se destruían las conexiones humanas directas. Internet no solo podía afectar la cohesión social y aumentar la alienación del individuo, podía convertirse también en una seria amenaza a los sistemas educativo y cultural, poniendo en riesgo a la sociedad en su conjunto (Fernback y Thompson, 1995; Heim, 1993).
Esta etapa descrita por Wellman (2004) y por Silver (2000) tiene puntos de contacto con los primeros momentos de la investigación en comunicación de masas: carácter especulativo antes que empírico, polaridad de posturas, debate en torno a la tecnología como factor de Ilustración, entre otros.
Ahora bien, aunque Wellman (2004) no lo menciona, en estos primeros años varios autores desarrollaron interesantes aproximaciones a las prácticas comunicativas en línea. Silver (2000) recuerda varios trabajos que luego fueron fundamentales para los estudios de cibercultura y la investigación social sobre Internet en general.
En 1993 el periodista Julian Dibell publica en The Village Voice el texto “A Rape in Cyberspace; or How an Evil Clown, a Haitian Trickster Spirit, Two Wizards, and a Cast of Dozens Turned a Database into a Society”. Aunque se trata de un ensayo periodístico de investigación propiamente dicho fue una de las primeras aproximaciones en clave etnográfica al fenómeno de las comunidades virtuales. Otros como Bruckman (1992), Reid (1991, 1994) y Stone (1991), abordaron desde la academia diferentes procesos sociales en torno a los chats (IRC, Internet Relay Chats) y MUDs (multi-user domains), cuando aún estos temas no tenían mucha aceptación dentro de las comunidades científicas.
En particular la profesora Allucquere Rosanne Stone, una de las pioneras de las investigaciones sobre nuevos medios, fue la autora de un concepto de ciberespacio que sirvió de base al referenciado libro de Howard Rheingold, The Virtual Community, de 1993.
Este libro de Rheingold, junto a Life on the Screen: Identity in the Age of the Internet (1995), de Sherry Turkle, constituyeron las obras fundacionales de la cibercultura como área de estudios, y determinaron dos de los conceptos analíticos centrales dentro del campo emergente: la identidad y la comunidad Silver (2000).
Según Silver (2000), después de 1995 la investigación sobre Internet comienza a volverse decisivamente interdisciplinar. Sociólogos como Wellman se enfocan en la conformación de redes sociales a través del ciberespacio. Kollock y Smith, por su parte, asumen el objeto de estudio desde el interaccionismo simbólico y la teoría de la acción colectiva.
Antropólogos como Downey, Dumit y Escobar centran su atención en la figura del cyborg, tratada entre otros por Donna Haraway desde años antes, en un texto indispensable para los estudios de ciberfeminismo: Un manifiesto cyborg (1985). De hecho, los estudios feministas y de género tuvieron en las redes digitales un objeto de análisis privilegiado, que desarrollaron académicos como Cherny y Weise (1996); Consalvo (1997); Dietrich (1997); Ebben y Kramarae (1993) y Hall (1996).
Por su lado, etnógrafos como Baym, Correll, McLaughlin, Silver, y muchos más, se interesaron por abordar los contextos virtuales, describiendo la vida de los usuarios en la Red. A su vez, los lingüistas (Danet, 1997; Herring, 1996) empezaron a estudiar las nuevas formas textuales aparecidas en los espacios virtuales.
Los principales señalamientos que se hicieron después a toda esa investigación sobre Internet que se estaba realizando apuntaron al escaso interés por realizar perspectivas comparadas o por situar los estudios en un contexto histórico-concreto, como si las redes digitales estuvieran aisladas del mundo real (Carey, 2005; Miller y Slater, 2000). Estas deficiencias son, sin embargo, hasta cierto punto entendibles teniendo en cuenta el estado embrionario del tema.
La segunda etapa en los estudios sobre Internet comienza en torno a 1998, a finales del siglo XX (Wellman, 2004), en que se produce una gran demanda de investigaciones por parte de gobiernos, empresas y académicos para poder comprender mejor la dinámica del nuevo medio.
Si bien en la primera mitad de los noventa la investigación social sobre lredes digitales empleó la mayoría de las veces una perspectiva descriptiva-reflexiva, con tintes de determinismo tecnológico, durante la segunda mitad de la década los estudios ganarían en complejidad empírica y tendrían cada vez más un fuerte componente académico.
En esos años, con la crisis de las empresas “.com” se temió un colapso de la incipiente investigación social sobre Internet. La propia revista Wired, una de las más importantes publicaciones masivas sobre tecnología, vio reducido su número de páginas en un 38% (Wellman, 2004). Sin embargo, los usuarios del nuevo medio continuaron creciendo y la diversidad de usos ampliándose, junto con el interés por obtener análisis frescos y válidos de lo que estaba aconteciendo.
Así, durante el período se priorizó la descripción empírica detallada de los usuarios y los usos de Internet. El tipo de investigación con mayores posibilidades de obtener financiamiento era aquella sustentada en encuestas masivas, capaces de dar cuenta, con validez estadística, del número de personas navegando en determinadas páginas web, sus determinantes demográficos así como sus intereses en el nuevo medio. El término impacto social de las TIC comenzó a aparecer cada vez con mayor frecuencia entre los investigadores y también en los discursos mediáticos, a la vez que se debatía sobre la necesidad de nuevos enfoques teóricos y metodológicos para el estudio de las redes digitales (Sterne, 1999: 258).
Varias entidades, algunas privadas y otras gubernamentales, comenzaron a desarrollar verdaderos programas de investigación sobre Internet a gran escala, en particular dentro de Estados Unidos, que luego han servido de plataforma para el intercambio de experiencias globales de investigación sobre el medio. Así, por ejemplo,surgieron el Pew Internet and American Life Study (www.pewInternet.org) y el World Internet Project (www.worldInternetproject.net), como espacios de indagación y reflexión sobre distintos aspectos de las redes digitales y sus actores sociales.
En el caso de este último, se trata de una red de centros de investigación dentro de la cual participa por España el Internet Interdisciplinary Institute, de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC).
Durante esta segunda etapa se desmoronó la creencia de que Internet traería desarrollo y acceso al conocimiento para todos por igual. Los propios estudios cuantitativos a gran escala demostraron que los grupos de sujetos con condiciones socioeconómicas desfavorables tenían una tasa de incremento de uso de la Red menor que los grupos de mayor nivel adquisitivo y con mejor educación (Chen y Wellman, 2005). Al final, el sistema de poder imperante se reproducía también en el mundo virtual, incluyendo los desequilibrios sociales.
En el apartado de usos, los datos recabados parecían demostrar que los individuos no dejarían de socializar en persona por la emergencia de las nuevas tecnologías, al contrario, se obtuvieron indicios de que estas favorecían en determinados contextos y según la personalidad de los usuarios, la cohesión grupal y los intercambios sociales más directos (Haythornthwaite y Wellman, 1998; Kraut, et al., 2002; Hampton y Wellman, 2003; Hampton, 2007).
Tanto Nancy Baym (2006: 49) como Silver (2000), coinciden en afirmar que la llegada paulatina de diversos marcos teóricos de trabajo así como metodologías de distinta inspiración epistemológica favoreció un reconocimiento social de Internet como objeto de estudio, incluyendo a varias comunidades académicas.
Las redes digitales comenzaron a pensarse en el contexto de las relaciones sociales más amplias que las sostenían (Hine, 2005). Aunque solo fuera en muchos casos por necesidad de respuesta ante las demandas de gobiernos y empresas, la investigación se trasladó del ciberespacio per se a considerar las imbricaciones entre el mundo virtual y el real. Las descripciones cuantitativas de usuarios y sus condiciones de uso forzaron a desplazar el foco de atención fuera de las pantallas, dando paso a reflexiones académicas más complejas sobre Internet como mediador cultural en la sociedad de fin de siglo.
Las prácticas de los usuarios en Internet se convertirían así en un tema digno de ser investigado no tanto por su carácter sui géneris o novedoso sino porque ellas mismas remitían a relaciones y significados compartidos más allá de la virtualidad. La Red se estaba convirtiendo definitivamente en un medio de comunicación y como tal debía ser estudiada (Walther et al., 2005).
El objetivo fundamental de la investigación sería brindar una comprensión de lo que podría llamarse la ecología cultural de las tecnologías de Internet, en particular, las razones de su uso y la forma en que este afecta a la sociedad y a sus producciones sociales.
Lo anterior implicaba la legitimación de la comunicación mediada por ordenadores como un espacio cultural significativo en sí mismo, capaz dar cuenta de distintas modalidades de actuaciones sociales que no dejaban, sin embargo, de estar conectadas a procesos más generales.
Justo a finales de la década, los estudios culturales se volvieron decididamente hacia Internet prestando todo su aparato conceptual y metodológico para el análisis del medio. Jonathan Sterne (1999) proponía entonces eliminar todo debate en las antípodas entre tecnofílicos y tecnofóbicos para llevar a cabo una aproximación académica al ciberespacio como modo de vida.
Hay que apuntar que en esta etapa también se produjeron interesantes aportes desde la filosofía con autores como Gilles Deleuze y Félix Guattari o desde la Sociología, específicamente con la propuesta teórica del actor-red de Bruno Latour y Michel Callon.
Como bien refiere Silver (2000), en relación con los estudios de cibercultura, aunque extensible a la investigación sobre Internet en general, se estructuraron cuatro líneas de trabajo durante estos últimos años del siglo: las interacciones online tanto desde el punto de vista social como cultural y económico, los discursos y representaciones sobre dichas interacciones, las condiciones sociales, culturales, políticas y económicas que median el acceso de individuos o grupos a esas interacciones y, por último, los procesos de diseño de interfaz entre las redes y los usuarios, tanto desde el punto de vista de políticas como de recepción.
La amplitud global de las redes digitales parecía garantizar, asimismo, una mejor comunicación entre colectivos separados, como en el caso de los emigrantes y sus familias en el país de origen, con lo cual la información entre diferentes contextos mediáticos comenzaba a fluir por vías menos institucionalizadas y más cercanas. Lo anterior suponía un cambio sustantivo en situaciones de censura informativa u omisiones involuntarias de los grandes medios (Miller y Slater, 2000; Mitra, 2003; Mok et al., 2010), que no imaginaban la competencia que luego vendría de la mano de blogs, listas de discusión, foros o redes sociales en Internet.
La tercera y última etapa que define Wellman (2004) en la evolución de los estudios sobre la Red de redes viene marcada por una alta presencia social del medio en diferentes contextos a nivel global, sobre todo a partir de 2005. Internet ya forma parte de la cotidianidad y, en ese sentido, los usos se han multiplicado a la vez que las formas de acceso al ciberespacio se tornan más cercanas. El ordenador está dejando de ser la puerta privilegiada para entrar al mundo virtual, ahora que los móviles están ocupando ese lugar, como herramientas más directas y personales.
El problema ya no es tanto saber cuántos usuarios y qué usos, sino cómo se configuran esos usos de las redes digitales en recursividad con el habitus, la condición social, los horizontes culturales, entre otros elementos, a nivel individual, grupal y social. El debate sobre las competencias y prácticas comunicativas de los sujetos en la Red ha pasado a ser central en esta etapa. Ya no bastan las descripciones estadísticas, se aspira al análisis de fondo y a la producción de modelos de comportamiento concretos. Se trata de una demanda de saber deseada no solo en el ámbito científico, sino en el gran público.
El propio Wellman (2004) argumenta cómo la revista Wired ha dejado de ser un escaparate de moda tecnológico para convertirse en una publicación de orientación de prácticas virtuales.
Como objeto de investigación Internet ha ganado un espacio indiscutible en el mundo académico en tanto su presencia social resulta imposible de ignorar. Dos tendencias fundamentales se han desarrollado en relación con la indagación científica de las nuevas tecnologías: unos defienden la pertinencia de un área de estudios con dedicación exclusiva, aunque interdisciplinar en su composición; otros abogan por establecer un tema transversal a diferentes campos de conocimiento, sin que haya necesidad de romper fronteras epistemológicas pero tampoco sin negar la importancia de la colaboración entre disciplinas.
No obstante, parece triunfar la opción interdisciplinar para abordar los procesos sociales en torno a las nuevas tecnologías. La académica Christine Hine explica que, desde el estado pre-paradigmático de producción de conocimientos en que se encuentra la investigación sobre el medio, Internet se ha convertido en un nuevo objeto de estudio que ha sido colonizado por una variedad de perspectivas en competencia (2005: 241).
Wellman (2004) cita como ejemplo de una todavía incipiente institucionalización de los estudios sobre Internet el surgimiento de agrupaciones de investigadores, algunas de ellas con vocación internacional como es el caso de la Association of Internet Researchers (AoIR), fundada en 2000 en la Universidad de Kansas. Además, en los últimos 15 años se han comenzado a publicar de manera creciente revistas especializadas en estudios sobre nuevos medios desde las ciencias sociales como Computers in Human Behavior; Information, Communication and Society; The Information Society; el Journal of Computer Mediated Communication, New Media and Society y la Social Science Computing Review. Algunas de estas publicaciones ya forman parte de las bases de datos más reconocidas.
Otro elemento que evidencia cierta estructuración de un área de estudios sobre Internet es la existencia de determinados temas de investigación que emergen como constantes desde diversas disciplinas y marcos interpretativos. Wellman (2004) menciona dos, centrales para la Sociología, pero que sin dudas lo son también para otros campos de saber como la Comunicación, la Psicología o la Educación.
El primero tiene que ver con los procesos de formación de las competencias digitales de los usuarios de Internet, así como la influencia de los factores culturales, no solo económicos o tecnológicos, en las desigualdades de acceso al medio (Hargittai, 2004; DiMaggio et al., 2004).
El segundo se refiere a las formas de socialización a través del ciberespacio y la pertinencia de la noción de comunidad para estudiar el comportamiento de los individuos en las redes digitales. Las investigaciones en ese sentido (Kennedy et al., 2008) apuntan a una emergencia de redes individualizadas, en las que cada sujeto actúa como gatekeeper o agente mediador entre personas e instituciones, todo ello facilitado por el afianzamiento de la personalización de Internet así como la portabilidad, ubicuidad y movilidad garantizadas para el acceso en las distintas terminales.
La existencia de temas de investigación transversales, por llamarlos de alguna manera, no es el único factor que ha dinamizado los estudios sobre Internet desde diversas áreas de conocimiento incluidas las Ciencias de la Comunicación. Se comparten, asimismo, fuentes bibliográficas para la construcción de un objeto evidentemente transdisciplinar como Internet y esa retroalimentación entre diferentes campos académicos ha servido para impulsar el propio interés por analizar el medio.
A partir del aumento de la presencia de Internet en tanto medio de comunicación, la revalorización de su papel como pivote de desarrollo de redes sociales, y su afianzamiento como tejido conector y espacio de información en la contemporaneidad, emerge cada vez con mayor fuerza una investigación especializada desde el campo de las Ciencias de la Comunicación que tiene como objeto de estudio privilegiado a la Red de redes.
La investigación comunicológica no es demasiado antigua en comparación con otras tradiciones científicas dentro de las ciencias sociales y humanísticas; mucho más reciente es, cómo es lógico, la investigación sobre Internet desde la perspectiva de las Ciencias de la Comunicación.
¿Qué tipo de investigación se ha venido realizando sobre Internet desde la comunicación como área disciplinar? ¿Qué paradigmas teóricos y metodológicos predominan en estas investigaciones? Intentaremos dar respuesta a las interrogantes anteriores en este apartado.
Las Ciencias de la Comunicación no quedaron atrás en su interés por estudiar la irrupción de los nuevos medios digitales en el sistema de comunicación de masas. El detonante de la atención por parte de los investigadores del campo a la importancia de las nuevas tecnologías comunicacionales no fue otro que la creciente convergencia entre los mecanismos de producción, distribución y consumo de los productos de las industrias culturales en torno a las redes de ordenadores. Los viejos medios estaban transformándose por la influencia de las nuevas tecnologías.
Las primeras indagaciones que los investigadores del ámbito de Ciencias de la Comunicación llevaron a cabo acerca de la presencia de Internet en el panorama mediático se centraron en el cambio de modelo de comunicación, que parecía evolucionar desde el ámbito masivo al de la personalización y la fragmentación de los públicos. Se comenzaba así a hablar de una transformación de la sociedad de masas hacia una sociedad sustentada en los servicios de información, una sociedad red.
El teléfono, el videotexto, las videoconferencias, la comunicación mediada por ordenadores y otros espacios de comunicación distintos a los medios tradicionales se convirtieron en temas de interés académico para los estudiosos del campo. Estos habían sido ignorados, entre otras cosas, por la dificultad de situarlos dentro de los marcos de análisis existentes: los medios masivos y la comunicación interpersonal o discursiva (Rogers, 1999).
No obstante, las nuevas tecnologías que entraban al mundo de la comunicación parecían escapar a los intereses teóricos y metodológicos de las ciencias sociales y las humanidades en general. Ninguna de ellas tenía una penetración social significativa, tampoco Internet. A nivel del hogar, por ejemplo, eran prácticamente desconocidas. En un principio estaban restringidas a espacios cerrados, institucionales, tales como universidades, entidades del gobierno y grandes empresas, que fueron precisamente los ámbitos de indagación privilegiados.
La presencia social aún reducida de Internet y las demás tecnologías digitales provocaba, asimismo, poca disponibilidad de fondos para el desarrollo de análisis en profundidad, pues nadie estaba interesado en financiar este tipo de estudios. La naturaleza aplicada o administrativa de la investigación dominante dentro del campo de las Ciencias de la Comunicación, al menos en Estados Unidos (Lazarsfeld, 1941; Melody and Mansell, 1983), no favorecía un objeto de indagación en ese momento con un futuro incierto y sin al menos un modelo de negocio claro.
Este contexto contribuyó a la entronización inicial de un tipo de investigación conservadora sobre las dinámicas de las redes digitales. El foco de atención se centró en el proceso de impacto social de las nuevas tecnologías y las actitudes, comportamientos, políticas y tipos de organizaciones que generaban, empleando para ello viejas categorías analíticas de la comunicación de masas. El término impacto y el consecuente interés académico en los usos y percepciones en relación con las nuevas tecnologías seguía el mismo patrón de desarrollo de la investigación inicial en comunicación, desde la llamada teoría hipodérmica a las posteriores indagaciones sobre las conductas de los usuarios de los medios.
Los estudios sobre las redes digitales comenzaron por describir las percepciones de grupos especializados de usuarios acerca de las nuevas tecnologías, las características y funciones de los sistemas de comunicación así como los tipos de flujos informativos y de intercambio soportados. También, se interesaron por los efectos en el cumplimiento de tareas y la productividad en el trabajo. Otra arista de análisis inicial se centró en las implicaciones de Internet para las industrias culturales establecidas y las opciones de regulación de las nuevas tecnologías. Los nuevos roles profesionales asociados a las redes digitales y la interacción de estos con los tradicionales fueron asimismo tema central en muchos estudios de la época.
Los aspectos éticos y legales del uso de las nuevas tecnologías fueron también un área de interés en las primeras investigaciones sobre Internet: la privacidad, el respeto a los derechos universales de acceso y la regulación de poderes en la administración de las redes, entre otros, constituyeron motivo de debate en muchos espacios académicos.
Todo este esfuerzo inicial estuvo marcado por el mismo esquema de desarrollo conceptual y metodológico de la investigación de la comunicación de masas, sobre todo dentro de Estados Unidos, que por demás fue el país donde se dieron los primeros pasos en el estudio de Internet, como en su momento había ocurrido con las investigaciones fundacionales del campo de las Ciencias de la Comunicación.
En la Universidad de Stanford, el profesor Edwin Parker se dedicó a explorar los usos de los ordenadores en el consumo de información y sus usos, así como los efectos de las nuevas tecnologías en lo que fue denominado la Comunicación para el desarrollo (Parker, 1978). Tanto este autor como Everett Rogers y otros más, aplicaron la teoría de la difusión de innovaciones para el análisis del rol de Internet, el satélite televisivo, las videoconferencias y otros adelantos tecnológicos en países o regiones geográficas excluidas de los sistemas mediáticos tradicionales. Según la idea original de estos estudios, las redes digitales garantizarían el acceso a la información que los demás medios no favorecían.
Canadá fue otro polo importante de investigación, en este caso sobre comunicación mediada por ordenadores y los usos del videotexto en la década del setenta gracias a la financiación gubernamental, sobre todo en la zona de Quebec.
En los años ochenta, la Annenberg School for Communication, de la University of Southern California en Los Ángeles se convirtió en un centro de referencia de la investigación sobre las nuevas tecnologías situando tres enfoques de análisis fundamentales: Psicología Social, Comunicación Organizacional y políticas culturales y de comunicación de los nuevos medios.
Mientras esto ocurría en Estados Unidos, Europa tomaba una dirección más crítica y cultural en las investigaciones sobre nuevos medios, en sintonía con el paradigma entronizado en el continente en los estudios de comunicación de masas. Dos marcos generales de análisis eran los más empleados: la Economía Política de medios de corte marxista y los Estudios Culturales de contenidos y actores en Internet.
Es decir, las investigaciones sobre las llamadas TIC seguían al parecer las mismas pautas dicotómicas de los estudios en comunicación más generales: perspectiva cuantitativa vs. cualitativa, positivista vs. relativista, administrativa vs. crítica, etc. En ese sentido se mantenía el problema de base descrito por varios autores en el número antológico del Journal of Communication del verano de 1983. En esa edición coordinada por Gerbner, la revista más importante de la International Communication Association (ICA) hablaba de “fermentación en el campo”, provocado por la oposición irreconciliable entre perspectivas de conocimiento dentro del área académica, más motivadas por circunstancias ideológicas y políticas que por problemas teórico-metodológicos. Diez años después, en el propio Journal, Mark Levy y Michael Gurevitch comentaban, en el número conmemorativo dedicado a la edición de Gerbner, que la dicotomía del campo parecía superada, teniendo en cuenta el fin de la guerra fría y las circunstancias de los años ochenta. Sin embargo, el problema resurgiría luego en la primera etapa de los estudios comunicológicos sobre Internet, mostrando la inestabilidad del área disciplinar y la persistencia de sus dificultades estructurales de base.
Por lo general, la investigación comunicológica europea sobre Internet tuvo desde un inicio un carácter mucho más problematizador que la estadounidense. Además, hubo un marcado interés por digerir las aproximaciones teóricas desde otras disciplinas y crear marcos analíticos variados, con enfoques metodológicos variados. En ese sentido, se potenció la riqueza epistemológica de la investigación: las ideas de Bourdieu sobre la relación entre economía y cultura, Foucault y sus planteamientos de recursividad entre tecnología y burocracia, Bell y su teoría de la sociedad post-industrial, Habermas y su apuesta por el concepto de esfera pública, la teoría de la estructuración de Giddens, entre otros, sirvieron de referentes conceptuales para la indagación sobre la significación social de Internet, en tanto no llegaban nuevas propuestas desde el propio campo de la Comunicación.
En Reino Unido, los estudios comunicológicos sobre Internet y las nuevas tecnologías tuvieron como referente a la figura de Raymond Williams, por lo que tomaron un camino claramente culturalista-crítico. Williams, además de continuar con su trabajo anterior sobre los medios tradicionales, se interesó por establecer un nexo entre la comunicación de masas y el estudio de las tecnologías y la innovación tecnológica.
Esta perspectiva estimuló la investigación británica sobre nuevos medios, sus contenidos, institucionalización y consumo, al punto de llegar a establecer una clara línea de trabajo sobre los contextos sociales y culturales del consumo y uso de las TIC (Silverstone and Hirsch, 1992; Jouet, 1994; Miller and Slater, 2000).
La economía política de la comunicación tuvo, igual que los estudios culturales, una gran influencia en las reflexiones iniciales sobre Internet y nuevos medios, primero en Europa y luego en Estados Unidos, en especial durante los años ochenta como respuesta crítica al concepto de sociedad de la información y a la idea de post-industrialismo que se promovió desde algunos círculos académicos y también desde instancias gubernamentales.
Frank Webster, Kevin Robins y Nicholas Garnham, entre otros, concluyeron de forma temprana que las nuevas tecnologías mediáticas como Internet tendían a reforzar el poder económico y político de las instituciones, y con ello el status quo. Para la corriente de Economía Política de la Comunicación, la sociedad de la información constituía la última y más reciente etapa del capitalismo industrial, no un cambio radical del modelo social.
La crítica sobre el encantamiento tecnológico ante Internet tuvo importantes voces en autores sobre todo europeos como Armand Mattelart en Francia, Cees Hamelink, Tapio Varis y Osmo Wiio en Finlandia. También esta corriente obtuvo un apoyo significativo en Estados Unidos. Herb Schiller y su equipo de la University of California, San Diego, George Gerbner de la Annenberg School for Communication, adscrita a la University of Pennsylvania, y Dallas Smythe de la Simon Fraser University, este último en Canadá, fueron algunos de los investigadores que, siguiendo su línea de trabajo en comunicación masiva, se interesaron por las relaciones entre desarrollo tecnológico y convergencia mediática.
Steve Woolgar, de la Woolgar at Brunel University en el Reino Unido, fue responsable a partir de 1985 del programa a 10 años de investigación de Tecnologías de la Información y la Comunicación, luego llamado programa de la Sociedad Virtual, financiado por el Consejo de Investigaciones Económicas y Sociales. Este marco institucional generó una línea de trabajo en ese país sobre la configuración social de las tecnologías, con una fuerte tendencia hacia el establecimiento de políticas para el manejo de los nuevos medios, tanto a nivel gubernamental como local y familiar (Dutton, 1996).
En 1995 Steve Jones edita Cybersociety: computer-mediated communication and community, un primer volumen de una trilogía antológica sobre el tema (Siles, 2008). Un año después, la revista Journal of Communication en colaboración con el Journal of Computer Mediated Communication, publica un número especial dedicado a la investigación sobre Internet. Newhagen y Rafaeli (1996) aportaron una entrevista al número en el que aún se hacía una pregunta fundacional “¿por qué deberían los investigadores de la Comunicación estudiar Internet?”.
Según Siles (2008), a partir de ese año la publicación de estudios comunicológicos sobre Internet crecería indeteniblemente con un buen número de autores clave (Aronowitz et al., 1996; Featherstone y Burrows, 1995; Jones, 1997, 1998, 1999; Shields, 1996; Smith y Kollock, 1999; Star, 1995; Stefik, 1996). Incluso en Latinoamérica, donde la investigación sobre Internet desde las Ciencias de la Comunicación estaba menos desarrollada, se registra entre 1997-1998 un boom en la producción científica en torno al tema (Fuentes, 2001: 232), un fenómeno que no ha tenido el necesario seguimiento sin embargo.
Por último, el debate teórico-metodológico al interior de la investigación en Comunicación sobre Internet y los nuevos medios continúa. Algunos autores como McQuail (1986) o Morris y Ogan (1996), indagan sobre las posibilidades de aplicación de los viejos conceptos de la comunicación de masas en el nuevo entorno tecnológico. Otros, han conseguido establecer un punto de continuidad con la vieja investigación sobre efectos, extendida a los usuarios de las redes (Lea, 1992; Reeves y Nass, 1996).
En la actualidad, los estudios sobre Internet constituyen un espacio dinámico, donde concurren varios niveles de análisis con un creciente grado de complejidad y carácter crítico. Para su investigación se sitúan los imaginarios y prácticas de los usuarios de las redes en los amplios contextos institucionales, económicos y culturales que los rodean, es decir, se ha pasado de una indagación fragmentada a un análisis cada vez más dialéctico.
La investigación sobre Internet y las nuevas tecnologías se ha convertido en un área especializada, y ha captado el interés de gran variedad de ámbitos del conocimiento, incluido por supuesto el de las Ciencias de la Comunicación. Aún tiene importantes retos por delante, sin embargo. La discusión sobre el fenómeno de la globalización, en el que participan sociólogos, economistas, y otros científicos sociales, no ha profundizado en el papel de las TIC en este proceso. Asimismo, los hallazgos realizados aún no han sido sistematizados ni han logrado situarse en las corrientes de pensamiento social como para articular nuevas aproximaciones y por tanto mejoras en las investigaciones sobre el rol de las nuevas tecnologías.
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1. Doctor en Ciencias de la Comunicación. Profesor e investigador. Departamento de Ciencias de la Comunicación y Sociología. Universidad Rey Juan Carlos (Madrid, España). Email: rainer.rubira@urjc.es
2. Doctora en Ciencias de la Comunicación. Profesora e investigadora. Departamento de Ciencias de la Comunicación y Sociología. Universidad Rey Juan Carlos (Madrid, España). Email: belen.puebla@urjc.es